Nos instalamos en una casa al lado de la iglesia de San Sebastián, que había ampliado y agrandado mi hermano mientras tanto. También había organizado el almacén de mercancías y el local comercial adecuadamente. La casa de habitación era espaciosa y cómoda, y mi esposa se sintió allí rápidamente a gusto, aunque con algunas dificultades. Ella no sólo tenía que aprender dos idiomas a la vez, español y keqchí, sino también las particularidades del trato con la servidumbre nativa, así como conocer las condiciones de vida totalmente nuevas y desconocidas para ella, pero pronto logró superar todo eso, antes que acostumbrarse a comprender la práctica de la moral en general bastante liviana.
Con buen humor se aprestó a las circunstancias (en su concepto muchas veces escandalosas) y encontró suficiente ocupación en su casa, el jardín o en el almacén, como sustituto de la falta de vida social, la cual inicialmente estuvo limitada a dos familias alemanas.
Thomae vivió con nosotros y desde un principio mostró ser una persona muy agradable, que supo adaptarse fácilmente y se hizo querer por todo el mundo, también por los indígenas, por su forma afable y servicial de ser, a la vez que se empeñó seriamente en la venta de mercaderías, a la que se dedicó preferentemente.
Unos meses después mi hermano se fue a vivir a la finca Sachamach, pero llegaba diariamente a apoyar a Thomae lingüísticamente en la venta, o durante la temporada de corte de café, a supervisar la selección y empaque del grano en sacos, en un edificio construido para esa finalidad, con un ancho corredor alrededor del mismo. En el transcurso del año se agregó a la finca una gran galera, en la que se instaló la retrilla y los establos. Frederick trabajaba en la finca en la construcción de un despulpador, que se acreditó como sustituto de la pesada y costosa máquina de Gordon y que pronto encontró aceptación en las fincas pequeñas. La máquina fue premiada en la Exposición Nacional del año 1880; años más tarde mi hermano la fabricó en gran número, cuando se estableció de nuevo en Alemania, y paulatinamente la vendió a América del Sur, África y las Indias Orientales.
Las visitas de extranjeros nos fueron muy gratas, en especial la de amigos provenientes de la capital. Todavía a fines de año llegaron los señores Lehnhoff y MacNider, para asistir al bautismo de nuestra hija María Elena, nacida el 16 de octubre, y se sintieron tan a gusto en el lugar que nos llegaron a ver varias veces en los años sucesivos; MacNider hasta trajo una vez a su esposa por una temporada larga.
A partir de 1875 se desarrolló un tráfico de viajeros cada vez más vivo, algunos venían sólo como pasajeros, otros se quedaron semanas o meses, ya fuera para coleccionar orquídeas, como G. Físh para Veitch & Sons en Londres, a quien agradecimos la introducción de un gran surtido de finas rosas, fucsias y geranios, o para coleccionar insectos, como G. Champion para la biología; otros llegaron de todos los países del mundo con la intención de adquirir tierras para la caficultura, la cual todavía se podía conseguir muy barata, y así establecerse permanentemente en la Verapaz.
En enero estuvo de paso por nuestra casa el Ministro de Estados Unidos, el Coronel Williamson, un hombre distinguido y amable que viajaba por el país para informarse; inmediatamente después de saludarnos me llamó a un lado para pedirme fervientemente que le asignara un cuarto separado de su acompañante, el etnólogo Dr. med. Carl Hermann Berendt, pues roncaba de manera espantosa; felizmente pude satisfacer su deseo. La noche tranquila parece haber contribuido a que Williamson se formara una buena opinión de Cobán y de la importancia de su futuro, y decidió gestionar ante su gobierno el establecimiento de una agencia consular para esta plaza, incluyendo el Puerto de Livingston, y me propuso a mí para ese puesto. Mi nombramiento por el Departamento de Estado en Washington se efectuó el 15 de junio del mismo año.
El Doctor Berendt era un estudioso entrado en años, que a consecuencia de haber participado en los combates de la Revolución de 1848, tuvo que emigrar a Norteamérica, donde se naturalizó; desde hacía varios años se había dedicado al estudio de los idiomas, para cuyo fin había pasado una larga temporada en Yucatán, de donde vino a Guatemala para ampliar sus conocimientos lingüísticos. Por amor al idioma keqchí me pidió que le permitiera permanecer unos días más después que partiera Williamson, lo que le concedimos gustosamente al conocer y entender rápidamente las peculiaridades de este viejo original y apreciarlo, así como su gran experiencia de la vida. Sin embargo,
¡no sospechamos que los días se convertirían en años!
Berendt empezó a trabajar con gran afán en un diccionario y se enfrascó tanto en esa tarea, que podía ocurrir que por una pregunta llegara de su cuarto al almacén en camisa, calzoncillos y pantuflas, causando un feliz asombro entre el público presente. Después de varios meses creyó que la forma de vivir sentado le hacía daño a su salud y se dejó inducir a la compra de un terreno con un par de cientos de cafetos; de allí en adelante dedicó más tiempo a la agricultura que al estudio.
A instancias de Berendt arribaron al país las primeras plantas de ramio (Planta urticácea textil, originaria de las Indias Orientales), cuyos cultivos crecieron espléndidamente, pero no llevaron a ningún resultado práctico. Desde Nueva Orleáns nos recetó también un aprendiz de apellido Mohr (del que era padrino de bautismo), quien por encargo suyo trajo dos ejemplares de la planta Magndia-grandiflora, que con el tiempo se convirtieron en árboles imponentes. El jovenzuelo rindió tan poco y no hacía más que comer, que al cabo de un año lo tuvimos que enviar de regreso a sus padres.
Berendt promovió que por medio de la municipalidad se comprara una imprenta y fue cofundador del periódico El Quetzal Su permanencia en la Verapaz terminó cuando arribó el Profesor Bastian del Museo Real para Etnología de Berlín, con quien fue a reunirse rápidamente en la capital. Bastian le dio el encargo de preparar el transporte de las antiguas esculturas existentes en Santa Lucía Cotzumalguapa a dicho museo, o sea adelgazar las mismas por picapedreros; esto le ocasionó una afección al corazón, a cuya consecuencia sucumbió en la capital. Posteriormente envié sus numerosos manuscritos a Westermann en Nueva York; pero nunca llegué a saber si éstos fueron trabajados o utilizados de alguna manera.
Reseñar la llegada de cada extranjero a la Alta Verapaz, tanto cronológica como separadamente, sería demasiado, pues su número aumentó constantemente, y no todos ejercieron la misma influencia en el auge del departamento; por lo tanto, me limitaré a mencionar a algunos, que arribaron en mí época.
Para la casa Dieseldorff vino un sobrino de Don Enrique, Augusto S. Dieseldorff, quien impulsó el florecimiento del negocio del almacén gracias a su infatigable actividad. Augusto era un hombre prudente y tranquilo, que en general fue altamente estimado. Se convirtió en socio de la empresa y, en abril de 1882, contrajo matrimonio con su prima Agnes, la hija mayor de su tío.
Excelentes e historicas memorias, felicitaciones.
Muchísimas gracias, siga pendiente que aun faltan varias publicaciones de esta serie.
Hola, ¿sería posible saber la fecha en que se escribió esta carta?
Buen día, si usted lee con detenimiento, cada carta tiene los años y las fechas especificas, una carta antes o una después. Las memorias fueron publicadas en 1938 en celebración de los 50 años del club alemán. Saludos