Cobán 20 de Noviembre 1888
El 9 de noviembre paseaba yo en las bonitas y limpias calles de la pequeña y floreciente ciudad de Belize, y en la mañana del 10 de noviembre ya estaba sentado en el único hotel de Livingston, un puerto guatemalteco, tratando de tener paciencia, a la espera del momento de poder continuar mi viaje, ya que el vapor fluvial que me iba a llevar a Panzós, había partido el día antes de mi llegada, y hasta su regreso, no le era posible pensar en seguir camino a una persona con tanto equipaje.
Se dice que Livingston es un lugar aburrido, y lo creo, porque el lugar no ofrece nada en especial fuera de su bonita ubicación; hay poco movimiento, la cantidad de europeos que viven en él es limitada. Grandes paseos lo prohíbe la selva, con sus plantas trepadoras; caminos no existen, y los pocos soldados descalzos que forman la guarnición los admira uno suficientemente en poco tiempo. Pero por suerte, el científico de las ciencias naturales nunca llega a aburrirse, aun estando en un lugar tan limitado, así que pronto dedique, mi tiempo a las observaciones botánicas y geológicas.
Si ya el botánico en nuestra patria se ve suficientes veces en apuros cuando se encuentra, por ejemplo, a orillas de un arroyo o un peñón, y su sombrilla, casi siempre por pocos centímetros, no alcanza los objetos, se desespera muchas veces en el trópico: cuando mira las más bonitas flores de las plantas epifitas y trepadoras, en lo alto de los árboles, a donde no puede llegar; o cuando con mucho esfuerzo penetra más al interior de la selva y ve entonces alrededor suyo casi sólo troncos y enredaderas de tallos trepadores sin hojas. Sin embargo, el botánico aún tiene suerte en comparación con el geólogo: el botánico por lo menos puede ver sus objetos; al geólogo, sin embargo, le tapa la vegetación toda la información, la cual seguramente encontraría fácilmente a un poco de mayor altitud. De lo anterior, se comprende muy bien que el científico de las ciencias naturales al trabajar en el trópico tiene muchas veces un éxito frustrantemente pequeño en comparación con el trabajo dedicado. Qué suerte para mí el tener un carácter optimista, pues ¿Quién tendría ganas de trabajar si no aliviara el rayo de la esperanza las sombras de las decepciones?
Mientras estaba en pleno trabajo y trataba de aumentar el número de plantas recolectadas, así como los argumentos respecto a una depresión de esta costa, repentinamente me fue comunicado una bella mañana, con la típica falta de consideración americana, que en hora y media iba a salir el vapor hacia Izabal; de tal manera que apenas tuve tiempo de ordenar mis cosas, olvidando naturalmente muchas otras, que después eché bastante de menos, como ácido clorhídrico y amoníaco.
Finalmente, entré el 15 del mes a tierra guatemalteca.
La ruta se inicia por una entrada de una belleza realmente incomparable. A semejanza del Rhin, que tuvo que romper la esquistosa montaña, el Rio Dulce ha tenido que abrirse paso hacia el mar pasando por una montaña plisada de piedra caliza, creando así, un valle profundamente cortado. Pero aun comparándolos, ¡qué inmensa diferencia de escenario! Allá muestran altivos castillos y florecientes ciudades el valeroso pasado y el poderoso presente, y el agitado movimiento en la orilla y en el río mismo indica a medias el tumultuoso día; en cambio aquí, las pocas plantaciones que existen a orillas del río, son precursoras de la cultura que está por desarrollarse, y el silencio del amanecer predomina aún por todas partes. Allá, cuentan las filas militares de los campos de vid que la madura naturaleza se subordinó a la voluntad humana, aquí en cambio, vive la naturaleza aún en completa libertad y con la desenfrenada travesura de la juventud. Por cierto que es una desbordante alegría de la madre naturaleza sembrar árboles de altos troncos en pendientes de 40° a 70°, y ella misma parece reconocerlo, al atarlos a todos con cientos y miles de plantas trepadoras. Y todo esto lo reviste lujosamente con verdes guirnaldas, adornando este sonriente ramo con las brillantes flores de orquídeas y begonias.
Frente a tal ostentación del mundo vegetal se empequeñecen los cuadros de la vegetación del Lago de Carda, de la Riviera o de Nápoles, y hasta el mismo encanto de las certezas de papiros de las fuentes del Kyane palidecen ante la variedad de la expresión de vida del trópico. Cada recodó del río, cada giro del barco abre nuevas y sorprendentes vistas: aquí la naturaleza imita, en jocoso juego, un mástil con sus jarcias, a través de un delgado cocotero con colgantes de lianas deshojadas, allá se esfuerza por ocultarse con la vista por medio de zareillos verdes un muro blanco liso y calizado. En otra parte, la naturaleza envolvió completamente a un árbol ton plantas que crecen exuberantes, mientras a su lado, por el contrario, la copa de otro se alza al aire fantasmalmente delgada. Uno no puede terminar de admirar toda esta cambiante belleza y ve con pesar como los colgantes se tornan cada vez más bajos mientras el río se ensancha hacia el extenso “Golfete“.
Contento, por el contrario, saluda al nativo Caribe el agua abierta, pues cree que el diablo vive en el estrecho valle; ye que cuando se llama en voz alta el mismo Belcebú regresa las palabras. ¡Cuánta superstición puede producir inocente eco!
El Golfete, y más aún el cercano Golfo Dulce son lagos muy bellos que ejercen un inexpresable encanto en la grandiosa quietud del trópico. Así se dice. Yo no lo sé, ya que casi siempre estuvo lloviendo mientras lo pasaba, y no fue sino hasta la llegada a Izabal, que empezó el buen tiempo. Pero quién puede tener sentido por las bellezas naturales cuando las insensibles manos de un aduanero tocan rudamente aquellos instrumentos tratados siempre con el mayor cuidado! Apenas y había comenzado el registro, cuando cayó la noche y como el vapor “Cobán” tenía que continuar su marcha en la madrugada, tuve que dejar ocho cajas en la aduana de Izabal si no quería permanecer yo mismo varias semanas en este pequeño lugar. Lo tuve que hacer con todo el dolor de mi corazón, y con más razón aun, por cuanto se encuentran en boca de todos, historias poco agradables acerca del trato aduanero en este lugar. Por ejemplo, a una firma alemana le fue confiscado hace poco un envío solo porque le faltaban algunos objetos que estaban anotados en la declaración.
Al vapor “Cobán”, sin embargo, no le importaban mis penas. Cuando desperté, a la mañana siguiente, ya me encontraba en el bello río Polochic. Gigantescas ciperáceas y gramíneas, exuberantes palmeras y otros árboles tropicales crecían en las orillas, ruidosos papagayos volaban en grupos sobre el río: mientras flacas aves acuáticas balanceaban lentamente su cabeza en el delgado cuello. Pero tampoco esta maravilla del escenario tropical le importaba al vapor que luchaba con toda su fuerza contra la corriente del río. Poco a poco disminuyo la abundancia de la vegetación, algunas palmeras desaparecieron y en su lugar aparecieron gigantescas ceibas y prados como lo de los países nórdicos; al vapor esto no le importaba nada, y hasta en la noche se permitió un descanso, quedando tranquilo junto a la orilla del río.
Silenciosamente golpeaban las aguas el barco, silenciosamente se bañaba la tenue luz de la luna en las rítmicas olas, silenciosamente permanecieron en fiel guardia los gigantes de la selva a ambos lados del río, hasta que loros parlachines anunciaron al cercano Eos. Todo pareció descansar en la callada noche. Sin embargo, eso solamente era vacía apariencia: legiones de mosquitos se habían acuartelado desde hacía días para atacar por sorpresa inocentes viajeros, y en lucha desigual con incontables alados enemigos se me pasó la larga, larga noche, sin poder cerrar los párpados. Nunca antes había deseado con tanto anhelo que llegara el amanecer, y al primer rayo del dorado sol salvador lo saludé con júbilo y gran placer.
A las 10 de la mañana del 17 de noviembre llegamos a Panzós, una miserable aldea de pocas casas. Allí me recibió mi hermano con los brazos abiertos, y a continuación seguimos a caballo por tres días, atravesando ríos y veredas, bosques y campos, aldeas y soledades, hasta que finalmente divisamos la maravillosamente situada ciudad de Cobán, con sus orgullosos edificios públicos en medio de un bello terreno ondulado. Poco después, disfrutábamos del bien merecido descanso en Chimax (la cercana plantación de cafetal de mi hermano). Todavía están bien grabadas en mi memoria algunas escenas particulares de murmurantes aguas y maravillosos bosques, de majestuosos valles montañosos y bellos cuadros de vegetación (de carácter subtropical), de mal hospedaje y comida todavía peor en los pueblos indígenas; ya que no es sino en el interior en donde se encuentran los indígenas en gran cantidad, mientras que en la costa se les ve muy individualmente. Pero todo eso no desvanece con los vivos recuerdos del cansancio y fatigas que me produjeron los desacostumbrados viajes a caballo que tuvimos que hacer por malos caminos.
Pero después de pocos días de descanso desapareció el cansancio, y ahora comienzo a aclimatarme en el Nuevo Mundo. Y cuando veo florecer las rosas delante de mi ventana y me penetra el olor de las diversas flores, pienso en la vieja patria que se encuentra ahora en invierno, petrificada por el hielo y la nieve, ¿Quién no quisiera allá cambiar conmigo? Sin embargo, cuando pienso en mis padres y amigos, en el idioma materno y en la vida acogedora, siento los fuertes lazos que unen a la patria a todo aquel que esté lejos de ella. Al sol que da luz y calor a todos los pueblos y países del ancho mundo le digo en este momento: “
Salúdame a la cara patria! ¡Auf Wiedersehen! “
Interesante historia la de Karl Sapper, su llegada a Cobán, considero la Alta Verapaz una de las más ricas tierras y biodiversidad , la conozco casi toda. Bellísima.
Afortunadamente aún podemos encontrar dicha naturaleza apenas modificada en algunas regiones, o en algunas partes del río Polochic y en la parte alta de Pocolá. Saludos cordiales.