17 de enero de 1889
A bordo del Pacific Mail S.S. “Granada”
Te escribo estas líneas sobre el Océano Pacífico, a bordo del barco norteamericano “Granada”, anclado frente al puerto guatemalteco de San José. Ayer me fui de Guatemala. Hesse, Eyssen, Kleinschmidt y el tío estuvieron en la estación del ferrocarril para despedirme. El viaje va generalmente por tierra árida, siempre descendiendo fuertemente por cinco horas y media. El tren pasa por un bello lago, Amatitlán, por plantaciones de café y caña de azúcar, siempre divisando los dos grandes volcanes de Guatemala; pasa por barrancos, abismos estrechos y muy profundos que ha comido el agua en la arena de ceniza suave.
En Escuintla tomé un buen almuerzo, con un señor Simmons, que viaja hasta México. Es agente del New York Life lnsurance Co. Los de la Compañía de Agencias en San José me invitaron a vivir en su casa. Aquí había otra vez mosquiteros. San José es un pueblo de indígenas miserable y malsano, y las casas comerciales (dos o tres) están en la playa, que no es blanca como con nosotros, sino de ceniza volcánica negra, que contiene mucho hierro. De mí se encargó un hamburgués, de apellido Engel, que me había recomendado el señor Francisco Sarg, Cónsul alemán en Guatemala y antiguo comerciante de Cobán. Por la noche jugamos billar.
A las once de la mañana subí a bordo; tuve grandes dificultades en tener todo “straight” (correcto). Aquí se tiene que tener incluso un pasaporte del Comandante para poder salir del muelle. Lamentablemente, tengo que decir que los norteamericanos corrientes o aquellos que están empleados dejan mucho que desear en cuanto a amabilidad, se quedan atrás de los guatemaltecos. Aunque la mayoría de los ladinos tienen en sí un trato engañoso, siempre son corteses y hasta los más inferiores tienen fineza en sus costumbres.
Este barco va de Panamá a San Francisco, es norteamericano y me gusta mucho ( por lo general los botes norteamericanos son muy malos); el servicio es de japoneses y, desde luego, bastante bueno; el Capitán Austin es mi amigo, los camarotes, aunque huelen mal, son grandes y cómodos; a bordo hay bastantes pasajeros, algunos por diversión, otros son norteamericanos que van de Nueva York a San Francisco, para los que la conexión de vapores vía Panamá, además de ofrecer un viaje agradable, también es barato. Aquí encuentro a un alemán, Hugo Fleischmann, que trabaja en el negocio de Ascoli & Co. en Quetzaltenango,[1] él viajará conmigo hasta Caballo Blanco.
El Océano Pacífico es bellísimo, las olas son altas y largas, muy largas, y el agua es muy azul por el reflejo del cielo. Hay tiburones en cantidades, la reventazón en San José es terrible, hace poco se ahogaron dos personas al nadar. El calor es agobiante, todo el cuerpo se le empapa a uno.
Te envío tres fotografías de Guatemala que tomó un fotógrafo escocés que conozco, con una cámara secreta. La primera es la catedral de Guatemala, un edificio bonito ubicado en la Plaza de Armas; la segunda es la esquina de la Plaza de mercado, con grupos de indígenas; la tercera es una corrida de toros, donde estuve el domingo, de lo cual esta foto te dará una buena idea.
En Guatemala se gasta mucho, pero también se hace mucho dinero. Tengo el ofrecimiento de un alemán de ir a la ciudad de Guatemala, que acepté después que haya aprendido todo en la Costa Cuca. Eso será probablemente hasta en un año. Tendré una buena posición, comida y alojamiento donde una familia alemana y buen salario. Para mis 45,000 marcos tengo una oferta bien segura bajo garantía, a dos años plazo al 8% de interés anual, lo cual aceptaré seguramente. Pero te pido mantener esta cosa en secreto y de no escribirle nada a nadie sobre esto. August sabe todo, conoce la casa comercial etc., pero nadie más. Estoy bastante tranquilo; en Guatemala tampoco hay que trabajar tanto, el clima es sano.
Cuando subieron a bordo el equipaje, un baúl cayó fuera de borda y todos se alegraron. Afortunadamente, el baúl flotó, pero todas las cosas adentro estarán dañadas. Por $ 80.- ( 240 marcos) puedo viajar de San José a San Francisco, pero el viaje de San Francisco a Nueva York es bastante caro.
San Francisco Miramar.
El vapor partió de San José a las dos de la tarde y llegó a las nueve a Champerico. La costa es plana y con vegetación y nada interesante. El desembarco en Champerico en una lancha y el del equipaje fue bastante fatal. Mi valija contenía una botellita de licor, que me obsequió Caesar Hesse antes que partiera el tren de Guatemala; pero tiraron mi valija de tal manera que hasta la botella más fuerte tenía que romperse y mis cosas se mojaron con el buen líquido. Como la aduana estaba cerrada, tuve que pasar la noche en Champerico. Dormí vestido de traje y sin frazadas, en una hamaca miserable; lo peor fue que a la mañana siguiente mis dos manos estaban cubiertas de cientos de picaduras de mosquitos, todavía las tengo bastante irritadas.
Por la mañana tuve que vagabundear hasta que salió el tren a Retalhuleu, a la una y media. Me bajé en Caballo Blanco, donde me esperaba un arriero con dos mulas, una para el equipaje y otra para montar. Al fin salimos a las tres y media, y como en la noche había una gran fiesta en la finca “Las Mercedes”, insistí en terminar mi viaje. A las cinco y media cabalgamos por el potrero “El Reposo”, perteneciente a Miramar, poco después encontramos una culebra en el camino, que mató mi arriero a pie con su látigo, esto espantó a las mulas. Me bajé y vi que la serpiente tenía dientes venenosos, con los cuales muerde fuertemente. Estos dientes son filudos como una aguja. Realmente es una gran satisfacción que esos animales son tan huraños; aquí en Miramar no lo son, y sólo aparecen en lugares cálidos y de mucha vegetación.
A las diez llegué a Miramar, cansado, pero no me quería perder la fiesta. Por consiguiente, cabalgué a las diez y media a Las Mercedes, que queda a tres cuartos de hora de distancia. De repente, a los veinte minutos, mi macho agarró el camino equivocado y no lo pude enderezar en lo absoluto al camino principal sin espuelas, como estaba, y cuando presioné fuertemente el freno, se zafó por lo podrido que estaba y no pude hacer nada más que ceder y, apesadumbrado y sin freno, tuve que regresar a Miramar.
Aquí no pude encontrar a nadie, de manera que tuve que desensillar el macho y darle forraje en el establo. Luego busqué una habitación y algo de comida; pero como encontré todas las puertas cerradas, entré a la casa por la ventana, que se abrió después de presionar suavemente, pues desafortunadamente éstas se abren hacia adentro, de manera que nunca se está seguro de los ladrones. Claro que los indígenas son muy cobardes como para aprovecharse de esto. Después que estuve en cuatro cuartos, encontré uno donde había una cama hecha y donde aparentemente no vivía nadie. Adiviné correctamente que lo habían arreglado para mí.
Mientras tanto, tenía un hambre atroz. Bajé a la cocina por la ventana, donde después de mucho buscar encontré un gran pedazo de pan que comí triunfalmente con agua, pues casi no había tenido nada que tomar todo el día. Cuando terminé y estaba satisfecho, llegó corriendo el sirviente, que había estado demasiado ocupado consigo mismo y con su amante como para zafarse de tan querido abrazo. Por eso lo dejé cocinar para mi satisfacción una sopa, con la intención de rechazarla, pero cuando vino, olía tan rica, que hice buena cara y me serví. Luego vino corriendo con algo de carne, que no comí, y diez horas después había descansado.
Este país puede ser sublimemente bello, pero se tienen que aceptar muchas incomodidades sin mal humor, y como no se tiene otra opción, no se sufre por ello. Hoy no me comprometo a describir Miramar, ya que no lo conozco lo suficiente. En la finca hay un tren, las instalaciones del beneficio son magníficas y se ha cultivado mucho. En la finca hay actualmente tres suizos, un italiano y un norteamericano. Este año, la finca rendirá unos 10,000 quintales o un millón de libras de café.
Mañana debo ir a Retalhuleu para acompañar al día siguiente un transporte de dinero a Quetzaltenango. Claro está, que llevaré conmigo un revólver cargado para el caso de emergencia, aunque las calles son bastante seguras. Quetzaltenango es bien alto, es la segunda ciudad más grande de Guatemala y tiene ricas casas comerciales, entre otras, Ascoli & Co., Hockmeyer & Co.
En cuatro o cinco días estaré de regreso. El paseo es bastante interesante, pero no precisamente agradable, ya que siempre tengo que cabalgar en el polvo detrás de las mulas. En Quetzaltenango me quedaré uno o dos días y veré que hay allí. Acabo de estar en Las Mercedes y visité al administrador, el señor Gustav Boy, también encontré a otros alemanes que están empleados allí.
[1] Además, era el cónsul de su Majestad Británica en esa ciudad.
*. Las fotografías presentadas, no pertenecen a la historia, se emplean con fines ilustrativos.
Más info: Cartas de Erwin Paul Dieseldorff