




Senahú, 22 de mayo de 1889
Desde que te escribí la última vez no he recibido una sola de tus ansiadas cartas. Después de mi regreso de Cahabón me quedé en Cobán por algunos días para descansar. Partí el 14 de mayo de Cobán para hacer un paseo a Guaxac y Tucurú. El primer día tuve mala suerte con mis mozos. Primero tuve grandes dificultades en conseguir uno, ya que ahora es el momento de sembrar milpas (campos de maíz); como en esta época no se consigue ningún mozo, los dos mozos que obtuve se embriagaron tan fuertemente antes de partir, que metí a uno en San Pedro en la cárcel y al otro le tuve que quitar un jarrón de aguardiente o chicha y verter su contenido.
Esa noche llegamos a Sasís, una hacienda de ganado que compraron Nostitz y Hermann Helmrich hace poco. Allí dormí bien. A la mañana siguiente partí temprano hacia Ulpán. una hacienda más grande, de Matías Fernández. Además de dos mozos iba conmigo un ladino de nombre Carlos López, quien me iba a enseñar un terreno determinado que denunció Samuel Slattery. Pero lamentablemente resultó que la denuncia no tiene valor alguno, pues el suelo es malo y tiene una altura de 5, 000 pies, o sea que es muy frío.

A Ulpán llegamos a la hora del almuerzo, de allí envié mi mula vía San Pedro a Tucurú. Conmigo se vino a pie por la montaña un mayor que conocía el camino. Este viaje nos llevó por un área hasta ahora desconocida para los europeos. Las ideas sobre la distancia variaban mucho, pero mi medición era exactamente la acertada.
A la una partimos de Ulpán, yo, Carlos López, los mozos y el mayor. Primero pasamos por un terreno muy quebrado, montaña arriba y montaña abajo, en caminos malos. A veces el camino conducía por encima de troncos, sobre los que había que pasar balanceándose, lo que era muy fácil para los indígenas con sus pies descalzos. pero para mí a veces bastante difícil. Otras veces el camino conducía, si es que se puede llamar así, por medio de un pantano o lecho, lo cual no era un inconveniente para los indígenas, pero a mí me obligaba a dar largos saltos de piedra en piedra; luego caminamos otra vez por la selva; nos ayudábamos con las manos agarrándonos de raíz en raíz para subir a una elevación empinada.
Al llegar arriba descansamos y una indígena nos trajo bastante “matz”, una bebida que consiste en agua hervida con maíz molido y que es excelente para quitar la sed. Esta bebida apaga la sed mejor que cualquier otra cosa que conozco hasta ahora. El agua sólo hace sudar. El agua lo tienen que traer los habitantes de los ranchos de aquí a una distancia de un cuarto de hora, al pie de la misma cuesta que subimos. Acaba de subir una joven con una tinaja sobre la cabeza, jadeando y sudando.
El agua es una gran necesidad entre los indígenas. Para moler el maíz, para el café y para el matz necesitan bastante agua. Por eso las mujeres están todo el día ocupadas en acarrear agua, moler maíz, desenredar y peinar su pelo (lo que hacen con gran predilección), darle comida a los chompipes y cocinar. Las mujeres indígenas no trabajan en el campo.
Después de un breve descanso continuamos. Encontramos un camino bastante pasable, donde crecían unas orquídeas preciosas que le envié a Agnes. Alrededor de las cinco entramos a un rancho vacío, que habían mejorado los indígenas hacía poco, ya que una especie de cucaracha, en grandes cantidades, les había hecho la vida imposible. Después de varios meses, al morir los animales, regresó la familia.
Aquí dormí bastante bien en una hamaca que traje de Cobán. También llevé conmigo todo lo necesario para cocinar: dos ollas, cuchillos, tenedores, cucharas, sal, fósforos, pan, galletas, extracto de café y café molido, platos y latas de “corned beef”, salami, jamón del diablo, sardinas; el mozo llevó además dos frazadas, un par de botas, calcetines y pantalones, con eso tenía todo lo necesario, whisky y, sin olvidar, azúcar y candelas.
Al amanecer nos pusimos en marcha. El camino era bastante difícil y solitario, ya que siempre pasaba por la selva; las cumbres de las montañas las calculé en 6,600 pies. Al mediodía llegamos a un lugar con una vista grandiosa sobre los terrenos Setolox, Sequib, Secoyoité y Guaxac y, más allá, hacia la Sierra de las Minas. Aquí almorzamos. Por la noche dormimos en la Ermita Setolox a 3,900 pies de altura. Los indígenas fueron muy amables, ya que nuestro mayor es oriundo de aquí.
Por la noche se avecinó una terrible tormenta y con ello el inicio de la época lluviosa o de los temporales. Llovió a través del mal techo, de manera que tuve que buscar por largo rato hasta que encontré un lugar seco. Consagré una candela a los santos, lo cual fue aceptado favorablemente por los indígenas. A la noche siguiente llegué a Tucurú, a la noche siguiente a Senahú, donde relevé a Porsche por ocho a diez días.
Perdona el final rápido, pero ya cierra el correo.
[ Faltan las cartas 30-47]
*. Las fotografías presentadas, no pertenecen a la historia, se emplean con fines ilustrativos.
Más info: Cartas de Erwin Paul Dieseldorff