El departamento de Alta Verapaz, sobre todo la ciudad de Cobán, a decir verdad, siempre impresionó favorablemente y dejó profunda huella en los viajeros cultos; en algunas ocasiones muchos de ellos se expresaron verbalmente en círculos reducidos elogiando las bondades del clima, la riqueza de la fauna, la vegetación exuberante, la fertilidad del suelo o sobre la apacible e inofensiva población; pero sólo muy pocos se vieron inducidos a publicar algo sobre sus observaciones y hacerlas accesibles a un público mayor. Tampoco deseo omitir a tales viajeros, que de una manera u otra supieron interceder a favor del país y de la ciudad, en tanto que hayan estado directa o indirectamente en contacto conmigo.
En noviembre de 1875 tuve la oportunidad de conocer en la capital a un trotamundos inglés muy amable, J. Boddam Whetham, quien había venido con el propósito de viajar por el país y de cruzarlo en dirección hacia el Atlántico. Lo invité a visitarme durante la travesía, lo que prometió hacer y cumplió.
En el Doctor Berendt encontró a un consejero de gran valor, pues le trazó la ruta hacia Petén y le dio cartas de recomendación para sus amistades de allí. Whetham escribió y publicó al año siguiente una obra sobre sus experiencias bajo el título: Across Central America, en la que alaba la bella ubicación de Cobán con las siguientes palabras, algo exaltadas:
“La ciudad misma resplandece como mármol sobre una base de esmeralda, tan blancas y puras son las iglesias y casas, tan verde la masa de verdor en que yacen”.
Esto lo convierte en testigo del progreso que debe haber causado la parte externa de la ciudad desde que el explorador francés Arthur Morelet entró cabalgando en ella proveniente de Petén, en agosto de 1847, atravesó la plaza y al llegar al extremo opuesto de la localidad sin descubrir ninguna casa, encontró un ladino que le aclaró que esa era la ciudad, que se escondía “a través de una vegetación impenetrable” y detrás de cercos de chichicaste, que en ese tiempo bordeaban todas las calles. Después de eso se pudo convencer que existían jardines con flores preciosas, hasta de cafetales florecientes, entre los que se encontraban las casas cubiertas con techos de teja.
Por lo demás, Morelet le hace justicia a la Verapaz, “la provincia más interesante de Guatemala”, y a Cobán:
“La mejor población de esta provincia desde el punto de vista de la historia natural”, “un El dorado para el ornitólogo”
Se exaltó incluso a hablar de lindas muchachas, lo que, sin embargo, debe tomarse en cuenta por el contraste con las bellezas de Petén, pues se llegó a enamorar perdidamente de la hija de la casa donde se alojó, la primaveral dieciseisañera Juana, pero -como sostiene él- sólo platónicamente. A esta Juana la llegue a conocer todavía en la misma caga y la traté, pero en la persona arrugada de 40 años de aquel entonces ya no pude observar ni el asomo de los encantos que otrora entusiasmaron tanto al impresionable Morelet.
De igual manera, procedente de Petén, llegó un día inesperadamente un amigo de la Costa Grande, el Doctor en medicina Gustav Bernoulli. Después de un largo viaje lleno de privaciones, que hizo a pie para explorar la botánica, arribó a Cobán en medio de la estación lluviosa de 1877. La ciudad le pareció como un pequeño París, y en mi casa se pudo secar él y su colección, dormir entre sábanas en una cama que había echado de menos por largo tiempo y recuperarse de las fatigas soportadas, hasta que se consiguieron las bestias y los cargadores necesarios para que continuara su viaje.
Cuando estuvo en Flores visitó las ruinas de Tikal y me describió las maravillosas esculturas en madera que encontró en los templos y que sacó en gran parte, pero no los pudo traer, porque el peso de la madera de chico-zapote en que estaban trabajadas, era excesivo. Se trazó el plan de reclutar gente y de enviarla para cortar tales dinteles de manera que sólo quedara el lado esculpido con las imágenes en el grosor de una tabla, lo que sería fácil de transportar.
Asimismo, me convenció de equipar una expedición para este fin y de enviarla, lo que hice en interés por la investigación etnológica. El transporte se logró empleando grandes esfuerzos y cuantiosos gastos; las piezas llegaron a Cobán, las despaché a Hamburgo, de allí fueron enviadas a Basilea, donde finalmente encontraron su colocación en el Museo Etnológico, entre las piezas más grandes y valiosas.
Otro médico suizo, el Doctor Otto Stöll, que practicó varios años en Antigua y por último en la capital, también fue colaborador de la biología y amigo mío. En abril de 1883 me visitó y permaneció en mi casa por cinco durante los que se dedicó afanosa y tenazmente al aprendizaje del idioma keqchí, después que inmediatamente poco antes realizara lo mismo en Tactic con el pocomchí. En su libro Guatemala (Leipzig 1886, p. 356), relata su estadía en Alta Verapaz y la elogia como la parte del país que más le gustó, a la vez señala que la permanencia en mi casa fue la más placentera de toda su estancia en Guatemala. Sus observaciones de ese entonces sobre la estimación de costos para la operación de una plantación de “café son, al igual que las de Boddam Whetham, anticuadas, y en la actualidad no ofrecen puntos de referencia confiables. Stoll regresó todavía el mismo año a Europa y actualmente reside en Zürich, como Profesor de la Universidad; en 1911 lo fui a visitar para saludarlo.
Muy interesante saber las opiniones de los primeros exploradores europeos que con tantas dificultades, se adentraron en la selva para estudiar, investigar y conocer parte de las ciudades abandonadas de los Mayas.