August Rouge | Los indigenas de Centroamerica

El señor Rouge no fue un agricultor o artesano, como la mayoría de los alemanes que llegaron a Alta Verapaz. Su condición de maestro le permitió observar con detenimiento y describir la naturaleza y la cultura de los q`eqchíes de Alta Verapaz.

Los Indígenas de Centro-América*

De August Rouge**

Cobán (Guatemala)

 

Los indígenas de Norteamérica fueron casi aniquilados a lo largo de las continuas y sangrientas luchas que tuvieron lugar durante el avance de los colonizadores y con lo cual se trató de exterminar su cultura.  Sus vestigios se encuentran todavía sólo en salvajes e infértiles comarcas y su fin será sinónimo del ocaso de los antiguos pobladores de Norteamérica. Esto, que por supuesto es deplorable, fue, en ocasiones, consecuencia del despreocupado proceder del gobierno para condenar las atrocidades cometidas contra los indígenas.  En la Historia de España hay hechos de esta índole que son dignos de condena, tanto así que antiguas civilizaciones, como los aztecas de México y los incas del Perú, desaparecieron de la tierra, y sólo los vestigios de sus construcciones nos dan todavía testimonio de los altos niveles culturales a los que habían llegado esos pueblos.  Así como las realmente espeluznantes crueldad y falta de escrúpulos de los conquistadores españoles, provocadas por una insaciable avidez de metales preciosos, tuvieron la culpa de la ruina de esos pueblos indígenas, del mismo modo fue la escasez de yacimientos de metales preciosos, junto con la inaccesibilidad de la tierra, lo que protegió a los indígenas de Centro-América y les ha permitido una larga supervivencia.

De las cinco repúblicas centroamericanas, le corresponde a Guatemala, con mucha diferencia, la más grande porción de los indígenas de Centro-América.  También es aquí donde sus costumbres y lenguas primitivas se han conservado más fielmente.  Habitan, en su mayoría, sólo las comarcas interiores y más altas, porque no podrían resistir el clima febril que impera especialmente en las tierras en parte bajas y fangosas de la costa del Caribe.  Por eso se encuentran en esos lugares del país casi sólo negros, los cuales pueden resistir el clima malsano mejor que los indígenas.

El extranjero que por primera vez pisa el país espera habitualmente encontrarse personajes indígenas como los que Cooper[1] nos describió en sus “Calcetines de Cuero” (Lederstrumpf), pero pronto verá que se ha engañado radicalmente.  Espera grandes, altos y fuertes personajes y encuentra hombres pequeños y desnutridos que, vistos desde atrás, se miran casi como niños.  Muy de vez en cuando se encuentra indígenas que poseen el tamaño normal de un blanco.  Al mismo tiempo tienen, en su mayoría, una bonita y bien proporcionada constitución, de tal forma que los deformes y tullidos son una excepción.  Sólo en algunas comarcas se encuentran con frecuencia personas con bocios.  La cabeza es redonda, los huesos de las mejillas algo salientes, la frente ancha y normalmente hundida, la boca ancha, los labios algo gruesos.  Cabellos y ojos son de un negro profundo, la tez morena.  Los dientes, cuyo cuidado el indígena no desatiende, son, en su mayoría, de envidiable belleza y perfección. 

 

Mayordomos (Cofrades) Q’eqchi’s de Cobán
1900-15 aprox
Colección Maurice de Périgny

 

La ropa, tanto de los indígenas como de las indígenas, es altamente simple, pero en su simpleza realmente no carece de buen gusto.  Las piezas de ropa que los indígenas acostumbran a vestir son un pantalón y una camiseta de tejido blanco; el tejido de algodón contrasta agradablemente con el color oscuro de la piel.  El lugar de la camiseta con frecuencia lo ocupa una camisa que llega hasta el muslo, la que, especialmente cuando el indígena se puede permitir el lujo de una camisa y de una chaqueta, va a llevar encima de los pantalones.  Un sombrero de paja completa el arreglo, que a veces todavía se aumenta con un par de sandalias de cuero y una manta o una tela para envolverse.  Casi inseparable del indígena es su machete, una especie de sable de más o menos entre treinta y cincuenta centímetros de largo, que es el equivalente de hoz, cuchillo, hacha, laya, pala y arado.  Joyas como cadenas y anillos no se encuentran entre los hombres. 

 

Mayordoma(Cofrade) Q’eqchi’ de Cobán luciendo sus chachales
1900-15 aprox
Colección Maurice de Périgny

 

Entre las indígenas, algunas de las cuales pueden hacer gala de belleza, el vestido principal se compone de una falda de algodón que llega casi a los tobillos y de un sobretodo blanco y amplio que llega hasta las caderas y que se conoce como güipil.  Consta de una pieza de tela de forma cuadrada, similar a nuestras cortinas, que se junta en el medio, de tal manera que se consigue un lado derecho y uno de revés, el que es dos veces más ancho que largo.  A los lados son cosidos ambos pedazos y sólo quedan libres las aberturas para los brazos, fuera de las cuales se corta aún una abertura de forma cuadrada para el cuello.  Para embellecerlo, el güipil será dotado en las aberturas con simples pero bonitos bordados realizados por indígenas expertas. Las indígenas casi nunca llevan camisetas y sandalias.  Los dedos los adornan frecuentemente con anillos verdaderamente recargados, los cuales no tienen gran valor. Del cuello cuelgan, también frecuentemente, docenas de cadenas, normalmente de cuentas de vidrio de colores o de pedazos de monedas partidas, que ellas perforan y ensartan en un cordel.  Su más bella joya natural es, sin duda, su cabello, que a veces alcanza una longitud asombrosa, y el cual ellas, en la mayor parte de los casos, llevan suelto, cayéndoles sobre la espalda.  Suelen peinarlo en trenzas, en las cuales frecuentemente atan bandas de colores, o lo envuelven con rojos cordeles para trenzarlo, lo que realmente no se ve bonito y es perjudicial, porque los cabellos se arrancan por el muy considerable peso de la funda.  Por sus niños demuestran las indígenas, en la mayoría de los casos, un tierno amor y los llevan usualmente en una tela a la espalda o en su güipil, envueltos con ellas. 

Como toda otra raza, posee también el indígena sus buenas y malas características.  De entre las últimas destaca, sobre todas, su pereza.  El indígena no trabajaría si no fuera obligado a ello por el Gobierno.  Se dedica a la agricultura sólo en lo que debe preocuparse para su propia subsistencia.  En la mayor parte de los casos la naturaleza lo provee de lo que necesita para vivir.  Algunos bananos y naranjas satisfacen su apetito.  El ingreso que obtienen por la cosecha de algunos árboles de café plantados cerca de sus ranchos y por algunas gallinas y huevos alcanza para cubrir su desnudez. 

La mayor parte de los indígenas son de los denominados mozos, que están al servicio de un patrón o empleador.  Lo más común es que trabajen en plantaciones de café, donde son empleados para la recogida, secado y transporte del café.  Como el país no posee casi ningún ferrocarril y los caminos, en su mayor parte, son tan malos, el carro no puede transitar por ellos o va adelante muy despacio, de tal forma que deben usarse pequeñas cargas transportadas por hombres para llegar más rápido al lugar deseado.  Para esto sirve el indígena magníficamente.  Es interesante la manera como transporta su carga.  Habitualmente tiene una carga un peso de más o menos 100 libras.  Sobre la cabeza se coloca su mecapal, un trozo de cuero de más o menos 10 centímetros de ancho y 20 de largo que se vuelve algo más angosto cerca de los extremos y aquí está dotado con una fuerte cuerda, con la cual se amarra la carga y así la lleva, colocada sobre la espalda y detenida con la cabeza.  Es asombrosa la perseverancia y la rapidez con las cuales el indígena recorre grandes distancias en los peores caminos.  El caminar doce horas diarias no lo fatiga especialmente. 

 

Indígenas Q’eqchi´s
Santa María Cahabon, A.V.
1900-15 aprox
Colección Maurice de Périgny

 

La honradez de la mayor parte de los indígenas deja mucho que desear. Hurtan con la mano algunas cuentas de vidrio, botones, clavos y otras baratijas; no roban cosas verdaderamente valiosas o lo hacen sólo en muy raras ocasiones.  En su trabajo no son muy de fiar y es necesario compelerlos a que lo realicen. En general son pacíficos, pero pueden llegar a cometer actos abiertos de violencia cuando son maltratados y vistos más como esclavos que como hombres libres, como ocurre lamentablemente en algunas plantaciones.  Han llegado a mi conocimiento casos en los que el patrón ha sido atacado y maltratado por sus mozos, de tal forma que sólo a duras penas ha podido escapar de la muerte.  En otras ocasiones los mozos (de los cuales el patrón ocupa frecuentemente muchos centenares) son muy bien tratados y sucede que aquél les ofrece grandes fiestas.  Una secuela de éstas es, por supuesto, un vicio de los indígenas que se apodera de ellos hasta despuntar el día: su amor por el aguardiente, del cual incluso las señoras abusan tanto que se embriagan hasta perder el conocimiento.

Sólo en unos pocos lugares se dedican los indígenas a un oficio.  Con habilidad realmente digna de admiración son fabricadas magníficas hamacas en una localidad.  No se creería que sólo con la mano, sin máquina alguna, algo así pudiera ser confeccionado, más aún cuando son gentes no formadas quienes las hacen.  En algunos pueblos se ejecutan obras realmente excelentes también en pintura y en talla de madera.  Especialmente bonitos son los cuadros tallados o pintados sobre la cara exterior de la escuela que representan una fruta. 

Los indígenas poseen amor por la música y algunos marimbistas ejecutan de forma realmente excelente en su arte.  La marimba en sí misma es un instrumento construido sólo con madera.  En dos hileras que se aproximan entre sí hacia un extremo, se alinean pequeñas y delgadas tablillas de madera que son de diferentes tamaños y bajo las cuales se encuentran cajitas de madera abiertas por arriba, más grandes o más pequeñas, por medio de las cuales se consiguen tonos más bajos o más altos.  Habitualmente comprende una marimba 2, 3, 4 y más octavas, de tal forma que varias personas, habitualmente tres, pueden tocar al mismo tiempo.  Para batir las tablillas son usados delgados palillos, los cuales están provistos en un extremo con una cabeza.  Con marimbas bien trabajadas el tono es suave; las piezas que son ejecutadas son canciones populares o alguna melodía que los músicos oyeron en alguna ocasión.

 

Músicos Q’eqchi’s
1900-15 aprox
Colección Maurice de Périgny

 

Los ranchos indígenas constan de algunos palos sembrados en la tierra, los cuales son unidos mediante delgadas varas atravesadas.  Los espacios son llenados con tierra y lodo.  El techo se compone de hojas de palma superpuestas.  Los ranchos comprenden, en la mayoría de los casos, un solo ambiente.  Algunas hamacas, las ollas y otros utensilios necesarios son las únicas piezas de decoración y mobiliario.

Los indígenas profesan la religión católica y son muy piadosos; no obstante, esta piedad degenera en servicios religiosos, lo cual es provocado especialmente por la crasa beatería y la falta de sacerdotes.  Es interesante la opinión que algunos indígenas tienen de nosotros los blancos.  Nos tienen por seres infernales y creen que subimos a la tierra antiguamente.

Los indígenas de Guatemala tienen todavía su propio idioma, el quecchí, que es especialmente rico en sonidos guturales, silbantes y palatales[2].

Hacia el sufrimiento ajeno es el indígena insensible; puede ver matar seres humanos tranquilamente, aunque oiga lo llaman para que los ayude.  Me es conocido un caso en el que una indígena dio a luz en el camino y un blanco con el revólver en la mano debió forzar a las indígenas que pasaban para que le prestaran ayuda.  En otro caso iba un blanco montado en su caballo.  Mientras atravesaba un río en un lugar profundo el caballo fue arrastrado por la corriente y el jinete permanecía montado con dificultad.  En la orilla estaban parados unos indígenas que observaban tranquilamente sin mover un dedo para prestarle ayuda, aunque podían hacerlo.  Hubieran permanecido así, aunque hubieran pensado que el encartado se iba a ahogar frente a ellos.

Honran a sus muertos con gran pompa.  Abren la marcha unos violinistas, los cuales tocan amenas melodías durante el recorrido hacia el lugar del entierro.  Al ataúd toscamente construido, que es llevado a hombros por cuatro indígenas, lo sigue una multitud de dolientes, pero ninguna lágrima brota de sus ojos.

Tanto cuidado presta los indígenas a la limpieza de su cuerpo cuanto poco atienden en la mayor parte de los casos a la limpieza de sus costumbres, especialmente las indígenas.  Tanto las chicas como los chicos se casan muy pronto, no obstante, lo cual continúa siempre la mezcla con personas de otras razas y no se encuentra demasiado lejano el tiempo en el que el último indígena desaparecerá de la tierra.  

 

Artículo publicado por August Rouge en el diario “Darmstädter Tagblatt” 27 de febrero de 1894.

*. Titulo original: Los Indios de Centro-América

**. Traducción del alemán y paleografía por Francisco Roberto Mayorga Morales

[1] James Fenimore Cooper, escritor norteamericano (1789-1851), autor de El Último de los Mohicanos.  Aquí August se refiere a los cinco Leatherstocking Tales sobre Natty Bumppo (Leatherstocking, Hawkeye, The Trapper, Pathfinder y Deerslayer), cuya acción se desarrolla durante el siglo XVIII y a principios del XIX.

[2] Para August era todavía desconocida, a un mes que había transcurrido desde su llegada cuando escribió este artículo, la rica variedad de las lenguas indígenas de Guatemala.

 

 

Bibliografía:

Mayorga Morales, Francisco Roberto. August Rouge (1873-1945)  Un maestro Alemán en Guatemala.

August Rouge | Breve Bio

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