Panzós, 31 de diciembre de 1892
Hoy, cuando ustedes creen que ya llevo algunos días en Cobán, les escribo desde aquí. Desde el 23 de los corrientes día en que les escribí por última vez desde Izabal, ha pasado una semana. He visto mucho desde entonces, algunas cosas desagradables, pero lo peor es que no he avanzado mucho en mi viaje. Como saben, en dos días debíamos transportarnos, el 24 de los corrientes en una lancha proveniente de Livingston a Izabal. Sin embargo, esta lancha llegó hasta el 25, y, finalmente, pudimos partir el 26 a las diez de la mañana de Izabal. Nosotros (el señor Runge y yo, así como un español de apellido Díaz) nos aprovisionamos para tres días con pan, conservas, etc. La tripulación consistía de un timonel y tres remeros de 16 a 18 años de edad.
Llegamos a Panzós apenas ayer como a las diez de la mañana, o sea que estuvimos no menos de cuatro días y medio y cuatro noches en camino. Este fue un viaje terrible, pero gracias a Dios, felizmente, ya lo pasé. En tanto nos encontrábamos en el lago, el viaje iba bastante bien. Por la noche del 26 entramos al Río Polochic. Como a las nueve de la noche detuvimos nuestro viaje y acampamos para dormir en la ribera del mismo, rodeados de una densa jungla. No pude pegar un ojo en toda la noche, al igual que las tres noches siguientes. Ustedes talvez sonreirán y pensarán que exagero, pero esta es la pura verdad. Nuestro equipaje era: una caja, cuatro baúles grandes y tres valijas, que ocupaban todo el piso de la lancha, y sobre estas nos acostamos. Pero esta no es la razón por la cual no pudimos dormir; no, fueron los mosquitos, lo cuales son mucho más numerosos a orillas del río que en las casas.
¡cómo me torturaron esos animales!
Ustedes podrían comprender mis sentimientos si me hubieran podido ver durante esos días. Envolví mi cabeza en una capa y me puse guantes para protegerme de las mordidas; pero no sirvió de nada. Tampoco pude aguantar mucho tiempo bajo la capa, pues los mosquitos se metían por los agujeros más pequeños. No teníamos malla. Al día siguiente tenía los ojos bien hinchados, así mismo las muñecas; mis labios también aumentaron de tamaño, en realidad yo tenía un aspecto terrible. A las cuatro de la mañana continuamos nuestro viaje. Entonces nos dimos cuenta de lo que nos esperaba. La corriente del río es bastante fuerte, ¿qué tan fuerte?, solo se los puedo explicar así: el vapor que viaja generalmente entre Izabal y Panzós recorre el trayecto en 30 horas, pero con la corriente lo hace en 6 horas. Lamentablemente no pudimos usar el vapor, ya que se suspendieron los viajes por unos días, porque el río tiene por el momento poca profundidad.
Vencer la corriente fue bastante difícil para los indígenas que apenas acaban de salir de mocedad (adolescencia). Desde el lago de Izabal a Panzós el río tiene unas 60 a 80 vueltas y en esas la corriente es particularmente fuerte. Varias veces fuimos lanzados de regreso como unos 20 metros. Además había troncos que sobresalían del agua por aquí y por allá, los cuales eran peligrosos en el sentido de que amenazaban con hacernos zozobrar. Cuando los hombres habían remado un par de horas, era natural que tenían que descansar. ¡Ustedes no pueden imaginarse lo que éstos tenían que aguantar! El señor Runge y yo también remamos un rato y así nos pudimos dar cuenta cuán difícil es vencer una corriente fuerte, sobre todo con una lancha tan tosca y con media tonelada de carga. El 28 se nos acabaron las provisiones; las noches sin dormir me robaron las fuerzas de tal manera que me sentía digno de lástima. En la noche del 28 al 29 llovió, no una lluvia continua como en Hamburgo, sino a cántaros, y todos quedamos empapados. El 29 se acabó nuestra paciencia: el timonel nos aseguró que por la noche llegaríamos a Panzós: eso fortaleció nuestras fuerzas, el señor Runge y yo remamos por turnos con los indígenas hasta las diez de la noche, pero ningún Panzós ¡siempre otras vueltas nuevas!
Yo me sentía como un caminante en el desierto, que espera llegar a un oasis. Finalmente llegué a tal punto, que ya no hice nada; durante horas estuvimos sentados el uno al lado del otro, acurrucados sobre los baúles, sin decir una palabra. Ustedes no pueden imaginar una situación como esa. Luego sobrevino otra vez la noche, el timonel dijo que en dos o tres horas estaríamos en Panzós. A las cuatro de la madrugada continuamos, como cada mañana; yo pensé que a las seis estaríamos absueltos del ese viaje infernal, pero no, en total tuvimos que remar seis horas enteras, siendo lanzados de regreso varias veces por la corriente. Al fin llegamos ayer a las diez de la mañana a Panzós. Cuando vi las casas, hubiera querido gritar de alegría. Pero antes de que les cuente más a partir del momento en que pisé tierra, tengo que ir más atrás. Algunas cosas que les voy a relatar les van a sonar raras; más o menos les pude narrar esta expedición; nunca antes había soportado tan grandes fatigas, eso me lo pueden creer. Ahora que les he contado de los sufrimientos de este viajes, quiero contarles lo que me causo mucha alegría en tanto me lo permitía el ánimo.
Como ya narré antes, el Río Polochic está rodeado de Jungla en el verdadero sentido de la palabra; sólo se podía tocar suelo en muy pocos lugares. Los árboles, arbustos etc. están tan cubiertos de plantas enredaderas, que para pasar a través de éstas sólo era posible con un hacha. Esos árboles, palmas, platanares, palmeras y otros miles, cuyos nombres no conozco, se ven magníficos. Vi encantadoras aves emplumadas, indescriptiblemente hermosas, en masas, como el Martín Pescador, colibríes y palomas silvestres. Estas últimas son blancas como la nieve, más delgadas que las palomas alemanas, y tienen un cuello más largo. Los papagayos también eran muy interesantes, estos los veía a veces en bandadas de 30 y 40, con sus largas colas y un plumaje, no se imaginan cuan bello. En general, toda la fauna posee una riqueza de colorido indescriptible. Las mariposas, por ejemplo, son primorosas. Relatar todas mis impresiones, para ello necesitaría escribirles mil páginas; espero que para eso tenga tres años de tiempo. Talvez pueda arreglar que les envié más adelante unas mariposas y bellezas naturales en un pequeño cartón como muestra sin valor ¡Ahora sólo una descripción superficial!
Del mundo de las aves ya les conté algo, ahora vienen otros animales. Diariamente vi cocodrilos, como, mínimo diez; de último ya ni les ponía atención, mientras que en los primeros días me alegraba al ver esos fenómenos tan raros. Además, vi ardillas, monos y muchos otros animales. A veces les tirábamos a los cocodrilos, patos, etcétera, sin que alguna vez matáramos alguno. Los últimos son muy huraños, en tanto que a los primeros sólo se les hiere si se les tira a los ojos.
También les tengo que contar de una curiosidad: en la primera noche escuchamos de repente un terrible aullido en la cercanía; creímos que no era otra cosa sino un leopardo, jaguar o algún otro animal feroz que estaba cerca. Sin embargo, este aullido provenía de los monos. Quien nunca ha oído esos tonos como yo, debería prepararse seguramente para algo muy terrible. Les podría escribir sobre otras cosas de este viaje, pero ya no quiero contar más de esto, sino de algo que les va interesar más, es decir, de cómo celebré navidad. El 24 del mes me encontraba todavía en Izabal. Por la noche fui a una tienda y compré una copa de coñac con agua y pensando en ustedes tomé a vuestra salud. Posiblemente ustedes comieron cinco horas antes una carpa, tenían todos los placeres etcétera, mientras que yo estaba en ese triste nido que es Izabal. La noche la pasamos el señor Runge y yo con el señor Köhler. Este posee un instrumento de música, una especie de Ariston con más o menos 80 discos. Así pasamos los tres juntos y tan alegre como se pudo. Pero ahora quiero continuar donde me quede antes; me refiero a mi arribo a Panzós. A la orilla del río se encuentra una bodega, hacia la cual caminé o más bien me arrastré. Cuando había tomado asiento en una silla, empecé a sentir como si me fuera a desmayar. Eso duro tiempo, hasta que el señor Runge, quien tampoco se sentía mejor, fuimos a una casa donde conseguimos café. Cada uno tomo tres tazas de café y a la par comimos pan sin nada. Nunca antes me había gustado tanto una comida. Después de haber gozado eso, nos sentimos mucho mejor y cuando después de un par de horas comimos comida caliente y nos habíamos lavado como es debido, ambos nos sentimos bastante reconfortados. En los últimos cuatro días solo habíamos tomado agua del río.
Mientras que en Livingston e Izabal eran alemanes los que se encargaban del transporte de mercancías, aquí en Panzós lo hacía un francés de nombre Leon Moulon, el que desempeñaba esta actividad. Tendría unos 27 años, era bastante alegre y se había amoldado ya completamente a las costumbres del país. Ayer por la tarde cuando estábamos sentados cerca del río con el señor Moulon, advertimos un cocodrilo que nadaba hacia la orilla. Moulon sacó de inmediato su arma y corrió hacia el lugar, donde el animal probablemente subiría a tierra. De repente vimos como le pegaba con la culata a algo que se encontraba en tierra. No tardó mucho y ya venía con una culebra de dos metros de largo. Sin mayor gesto la colgó de un clavo, le rasgó la piel y se la quitó, mientras que la culebra parecía tener todavía algo de vida en sí, se retorcía fuertemente. Después que le quito la piel nos mostró el corazón de la culebra, que todavía latía, mientras que la cabeza estaba totalmente destrozada. Este es un acontecimiento de lo más normal aquí, pero a mí me asqueó.
Ayer el señor Moulon recibió un telegrama del señor Zelck, en el que este le comunicaba que las mulas saldrán de Cobán el lunes 2 de enero para recogernos. El miércoles estarán aquí, el jueves 5 podremos emprender la cabalgata para arribar a Cobán finalmente el 7 u 8 de enero; con ello el viaje de Hamburgo a Cobán duró no menos de 40 días. Es para desesperarse; ahora tenemos que quedarnos aquí todavía cinco días. La navidad ya la tuve que celebrar tan incómodamente, ahora también el año nuevo; eso no me lo hubiera imaginado. Pero de qué sirve. Aquí se encuentra también un norteamericano, parece ser un hombre muy amable. Nos invitó a mí y al señor Runge mañana al almuerzo para comer un pavo y celebrar así el primero de enero.
Por lo demás me encuentro muy bien, aunque tuve que pasar por dos lugares malos e insalubres; Izabal y Panzós. En Izabal murieron de fiebre el año pasado 80 de los 500 habitantes o sea 16%. Pasé bien la aduana pues no me revisaron mis cosas en Izabal. El puerto de Livingston es un puerto libre.
Lo desagradable es que por las mañanas esta húmedo y frío, incluso las cosas se sienten húmedas. Ahora tendremos que dejar nuestros baúles en Panzós, pues las mulas no los pueden transportar. Solo existen otros dos medios para llevar este equipaje, ya sea en carreta, lo que tarda tres a cuatro semanas, o, por medio de cargadores o mulas en cuatro días, en bultos de 80 libras. En último caso tendré que re empacar el contenido de los baúles. Mi siguiente carta la recibirán de seguro desde Cobán, si es que el destino no me pone nuevos retrasos en mi camino…
Que aventura viajar a Coban en esa época y asombrosa la naturaleza de Alta Verapaz. Muy interesante y vivida la carta del Sr. Klug
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Saludos cordiales.
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