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El Porvenir de la Verapaz IV

Por Julio Rossignon

No pretendemos en esta rápida reseña nombrar individualmente todos los animales de la Verapaz; esto sería de nunca acabar. Nos contentamos con citar los mas conocidos y omitimos todavía muchos. Del quetzal no hablamos pues es sabido que Cobán ha suministrado las dos terceras partes de los quetzales que se hallan en los museos de Europa y en los salones de los Lores de Inglaterra. Ha llegado a tal punto la abundancia de los quetzales disecados en Europa que ya no llaman la atención, y que ahora se esta buscando un quetzal blanco, así como están buscando los horticultores un clavel azul. Sin embargo, un quetzal blanco no podría satisfacer mas que un capricho estrambótico, pues todo el mérito de este pájaro consiste en la variedad y el brillo de su plumaje; por lo demás, su cabeza es defectuosa y los naturalistas al prepararlo, se esfuerzan en darle una postura violenta, que no tiene nada de elegante ni natural. La caza del quetzal es un oficio en Cobán; las demás aves de la Verapaz han sido después victimas secundarias de una guerra que antes no se pensaba hacerles. Casi todos los hijos de ladinos en la Alta Verapaz andan armados de una cerbatana, y sacrifican millares de inocentes avecillas: “edad sin piedad” como dice el fabulista La Fontaine.

Esta destrucción es tanto más deplorable, cuanto que casi siempre se dirige a pájaros útiles, es decir, a los que se nutren de insectos, mientras que pululan a porfía los sanates, xaras y demás granívoros, enemigos de las sementeras. No sabemos por qué en todos los pueblos de la república no se trata de destruir el mayor número posible de estos huéspedes incómodos, los cuales destruyen una cantidad extraordinaria de maíz, imitando el ejemplo de algunos países de Europa, en donde se premia a los cazadores de fieras, de aves de rapiña, pájaros granívoros, ratas, etc. Las municipalidades podrían afectar una pequeña parte de sus fondos para esta clase de gratificaciones: inmenso sería el resultado, pues pocas personas se formarán una idea de las luchas que tienen qué sostener los indigenas de la Alta Verapaz, para salvar las siembras de maíz. Apenas está sembrado el grano y empieza a germinar, parvadas de sanates tratan de arrancarlo: después de los sanates vienen varios roedores que excavan las matas y destruyen buena parte de ellas; cuando salen los elotes o espigas, llega otra clase de animales que los desgarran con el pico, para comer los granos tiernos, y no se contentan con una espiga por cada individuo, sino que ejercen su rapiña en muchas matas a la vez; es tal el perjuicio causado por estas aves, que hemos visto milperías enteras inutilizadas. El Pecarí o coche de monte, tan común en las montañas de la Alta Verapaz, bota las matas cargadas ele espigas y tiene el instinto de no echar al suelo sino las que le parecen pesadas. Sentimiento causa ver en las mañanas de noviembre, manzanas enteras de milpa botada en el suelo, pisada, desgarrada, como si hubiese pasado por ella un escuadrón de tropa enemiga; el indígena tiene que vigilar constantemente, pasar noches enteras en medio de la siembra, y a pesar de todos los medios empleados, tiene a veces que sufrir pérdidas enormes. Cuando uno se fija en todos los trabajos que necesita el cultivo del maíz en ciertos parajes, no se comprende como el indio no renuncia a tan arduas tareas, y no trata de multiplicar otras plantas alimenticias.

Hemos hablado ligeramente de las maderas de construcción que se encuentran en la Verapaz. Las costas encierran caobas, cedros y muchos otros palos comunes en las demás regiones cálidas de Centroamérica; mas hemos de hablar de dos vegetales interesantes que los indigenas emplean comúnmente en la construcción de sus ranchos. El primero es un helecho gigante (Alsophila armata), llamado en el país Chute, cuyo tallo de una construcción muy diferente a los demás vegetales, por decirlo así, es indestructible, pues enterrado en el suelo mas húmedo, el shute no se pudre, ningún insecto le ataca; por lo demás es una planta elegante, que se haya en todos los lugares húmedos, donde llama siempre la atención del viajero. El segundo es conocido bajo el nombre de Taxiscó o tachisco y creo que es el mismo que en otras partes se llama tatascame; pertenece a la familia de las sinantereas, genero de las corimbiferas y es aromático en todas sus partes. Crece con la mayor rapidez· y su madera es excelente para horcones, vigas, calzontes, etc. Su follaje embalsamado es excelente pasto; de su corteza sale una resina blanca, análoga a la almáciga, que podría emplearse en la preparación de los barnices transparentes. Su leña suministra un carbón excelente para la fragua, y es el único que emplean los herreros de Cobán, siendo de notar que este carbón, muy rico en sílice, endurece el fierro y le da propiedades análogas a las del acero. Sin duda es a esta clase de carbón empleado por los herreros del Estado del Salvador, a lo que debe atribuirse la excelente calidad de sus artefactos. Si se considera que el taxiscó se siembra en semillas, y que a los tres años la planta forma ya un árbol grande, aplicable a la construcción de cercos, ranchos, etc.; que sus hojas forman un buen pasto para los caballos y el ganado, se nos perdonará el haber hecho esta indicación a las personas que se dediquen a la agricultura en la Alta Verapaz, para que la tomen en consideración.

 

Bosque de helechos arborescentes, Chute.
1890-1920 aprox

 

Hemos encontrado en el camino de Tamahú a San Miguel Tucurú una especie de nogal muy digna de llamar la atención, pues son unos árboles magníficos, naturalmente derechos y elevados, cuya madera ha de ser superior, si se atiende a que la madera del nogal es en Europa de las más estimadas para la construcción de los muebles. El nogal de Tamahú da unas nueces muy gruesas, pero muy duras. La almendra que encierran es muy aceitosa y de un sabor delicado. En virtud de lo áspero del perispermo o cáscara de esta nuez nos hemos tomado la libertad de llamar provisionalmente (pues ignoramos si dicha variedad es conocida) al nogal de Tamahú Juglans elefas.

Muy fácil sería propagar este vegetal utilísimo, recogiendo las nueces abundantes que caen después del otoño, y sembrándolas en terreno húmedo y bien abonado. También se encuentran algunos palos tiernos, que sería fácil trasplantar, como lo hemos hecho por mera curiosidad. Cuando en nuestros paseos hemos encontrado algunos árboles útiles que parecen despreciados, no podemos dejar de deplorar el que no se haya pensado en su cultivo, pues poco a poco caen bajo el machete de los indigenas, árboles que tienen siglos de existencia y que tienden a desaparecer completamente. Las municipalidades de los pueblos de la Verapaz, tan diligentes en crear fondos con siembras de comunidad, cafetales, salinas, molino de comunidad, [1] etc., que encuentran con tanta facilidad los brazos necesarios, sin tener que pagarlos, debieran sembrar a la orilla de los caminos reales en toda la extensión de sus ejidos, palos como el nogal de Tamahú, encinas de bellotas enormes, como las que hay también en los alrededores de este pueblo, pinos de piñón (Pinits pinea), etc. Los caminos reales se volverían alamedas que, al cabo de algunos años, darían un producto seguro, servirían para indicar con precisión la extensión de los ejidos, en general arbitraria y mal conocida y cambiarían enteramente el aspecto del país. ¿Qué inconveniente habría, por ejemplo, para sembrar de hermosos árboles las carreteras desde Guatemala hasta la Antigua, Amatitlán, Escuintla, San José? ¿ Dónde está la dificultad? El viajero encontraría sombra en esa árida llanura que empieza en Buenavista y termina en Castañaza, y el camino del puerto sería menos pesado durante la estación seca. Mas sabemos por experiencia que no faltarán personas que vean estas ideas como quiméricas, como absurdos y ensueños: sea enhorabuena, porque todavía pueden soñarse cosas de una realización menos posible. Siempre tengo presente el buen efecto que producen en la llanura de Patzún, al subir el profundo barranco del camino de la Sierra, aquellos gigantescos magueyes que se hallan a la orilla del camino.

¡Cómo hubiera deseado ver continuarse más lejos, y a los dos lados del camino real, esa arboleda extraña, que da al campo una fisonomía tan pintoresca!

Hoy se habla con entusiasmo de la nueva alameda de la Antigua Guatemala, lo que prueba que se va formando el gusto, y que todos verían con la mayor satisfacción que se imitase por todas partes. Durante mucho tiempo se ha echado en cara a los españoles, el no tener gusto para las alamedas, los jardines, la verdura. Hoy, día no sucede así y vemos que Madrid está construyendo unos campos elíseos o Jardín público, en el cual se van a invertir. cuantiosas sumas de dinero. Hace pocos años que, hablando de los Jardines de España, un sabio horticultor se expresaba así:

El aspecto de la Península Ibérica tiene muy pocos jardines que enseñar. Sin embargo, es el país de Europa donde el gusto debiera ser mas generalizado. Para los ricos, la naturaleza es accidenta del suelo, la necesidad de sombra, de frescura, de descanso, parecen provocar el gusto por los jardines en perspectiva; para el pueblo la necesidad de una alimentación mas bien vegetal que animal, bajo el clima ardiente, debiera haber producido abundantes frutales y verduras. Es lo que los árabes habían comprendido habían transformado en jardín la parte de la España, sometida a su dominación lo que queda de los jardines moriscos de Granada, no tiene comparación con los jardines creados después de la expulsión de la raza árabe. Sin embargo, el español no es insensible a los atractivos de los jardines: todo jardín en azotea, a orillas de cualquier riachuelo de donde se descubre una vista agradable, se llama “Carmen”; en Sevilla los bosques se llaman “Delicias”.

En la América española, se encuentra la misma indiferencia por las alamedas y jardines públicos que en otro tiempo había en la Metrópoli. Sin embargo, sería injusto olvidar los hermosos paseos de La Habana y las alamedas de Lima.

Para concluir estos apuntes, alargados quizá más de lo necesario por nuestras digresiones, hablaremos de los habitantes de Verapaz y de algunas de sus costumbres, aunque nos falta todavía mucho que conocer respecto de ellas: con todo eso creemos que en estos pueblos todas se parecen poco más o menos. No trataremos de hacer la historia de los aborígenes, pues nos falta la paciencia, el entusiasmo y los conocimientos especiales de nuestro compatriota el Abate Brasseur de Bourbourg. La población de Verapaz es muy grande y no se conoce muy exactamente a qué número asciende por motivos que explicaremos más adelante. Mas creemos que la población ladina no forma la décima parte de los habitantes. Por lo general, la índole de los indigenas de la Verapaz es buena. Si en algunos pueblos reinan todavía preocupaciones de casta, deben atribuirse, nos pesa decirlo, a ciertos ladinos que se han establecido en medio de ellos, dándoles malos ejemplos. A este respecto recordaremos lo que decía un misionero de la Alta California en un sermón:

Hay en este país dos razas muy distintas, los bárbaros y semibárbaros: los semibárbaros son nuestros pobres indígenas, y los bárbaros son esta gente que se llama de razón, y que no la tiene. En efecto, hallamos por lo menos, entre los indígenas la docilidad y el amor al trabajo, mientras que no se ve entre los ladinos sino la propensión al juego, a la haraganería y a la embriaguez.

En la República se ha observado, más de una vez que los indígenas que viven dentro de las ciudades grandes, donde hay muchos ladinos, son los más corrompidos, mientras es todo lo contrario en los pueblos remotos, donde los segundos se hallan en pequeño número. Generalmente el indígena de la Verapaz es de una estatura mediana, sus facciones son regulares, su cuerpo es bien formado. Las mujeres presentan a veces tipos interesantes y visten con mucho aseo. Estos indígenas andan largas jornadas, cargados con pesados fardos, y parecen tener amor a los viajes. Son dóciles, humildes, muy sobrios y bastante sensibles al buen trato. Raras veces se oye hablar de robos cometidos por los indígenas, particularmente en la Alta Verapaz; y pudiéramos citar más de un rasgo de honradez y de probidad a toda prueba. Muchos de ellos pasan su vida andando por los caminos reales, traficando con productos del suelo, artefactos de su industria, y recorren así distancias enormes.

Los naturales de San Juan Chamelco, el pueblo más antiguo de la Alta Verapaz, hacen el comercio de loza inglesa que van a comprar a Izabal, y que llevan a la capital, al Salvador y a otros puntos remotos, trayendo a su regreso efectos de aquellos lugares. Los de Rabinal van a la capital, y a Chiquimulilla, donde se abastecen de sal; los de Cahabón traen algodón y cacao que van expendiendo hasta Guatemala; los sampedranos viajan por la costa este de la Verapaz donde tienen sus milperías y sus crianzas de cerdos, cosechan cacao, zarzaparrilla; van a las salinas de los Nueve Cerros, al Peten etc. Los tactiqueños, generalmente cargados, trafican desde Telemán y Panzós hasta Guatemala y los Altos: los indígenas de San Cristóbal y Santa Cruz venden en toda la república lazos, redes, suyacales, huevos, etc. En fin, los de Cobán son algo más sedentarios; con todo, el indio es generalmente nómada. Poco tiempo después de su establecimiento en la Verapaz, los. R. P. dominicos, con el doble objeto de completar la educación religiosa de los indígenas y de reunirlos en las ciudades recién formadas, instituyeron varias cofradías, y he aquí el origen del gran número de estas asociaciones religiosas.

 

Baile de los Diablos en Cobán
Grabado hecho por G. Godefroy Durant basado en dibujo de F. Bocourt . Le Monde Illustré 1866
F. Bocourt corresponsal de Le Monde Illustré, fue invitado por Julio Rossignon para conocer la Verapaz y documentarla.

 

A pesar de estos antecedentes, creo que, si fue bueno en un principio establecer cofradías en estos pueblos, también ha habido abuso en multiplicarlas al extremo; y creo que, al expresar esta humilde opinión, no se ataca ningún dogma de fe, pues el número de dichas cofradías se eleva en Cobán hasta veinticinco. Ocioso nos parece entrar en pormenores acerca de los s gastos y varios otros compromisos a que están sujetos todos los individuos de una cofradía; y son muchos los indígenas que, para evitar se les nombre mayordomos, prefieren abandonar sus casas e internarse en las montañas. Es mayor del que se piensa el número de los que se han desterrado voluntariamente. Hay también que advertir que algunos mayordomos de cofradía, que no son muy buenos administradores, por lo menos, tienen a veces que vender sus animales y hasta su casa cuando se trata de celebrar la festividad de algún santo. Conocemos a varios que han desentejado sus casas para este objeto, reemplazando la teja por paja, o dejando arruinar totalmente su habitación, lo que ciertamente no puede considerarse como un adelanto.

Hemos dicho al principio que el indio es esencialmente nómada: esto es tan cierto, que, durante la mayor parte del año, no se encuentra en el pueblo de San Pedro Carchá (el más numeroso de la Alta Verapaz), sino la décima parte de sus habitantes. La mayor parte vive en sus milperías, las cuales distan hasta treinta leguas de San Pedro. Es bien sabido en los Ministerios de la República, que los indígenas de San Pedro Carchá en la Alta Verapaz y los de Santa Catarina Ixtlahuacán en los Altos, no cesan de pedir tierras al Supremo Gobierno, y traten de invadir constantemente terrenos ajenos. En la fiesta titular de Carchá (29 de junio), se puede juzgar del número de los sampedranos, porque entonces vienen a celebrar la fiesta del Patrón, consumiendo en menos de seis días, cerca de dos mil quinientos litros de aguardiente floja, de mal gusto, entregándose a los regocijos semireligiosos, que se resienten de antiguas costumbres, a zarabandas, bailes, etc. Escogen estos días para traer de la montaña a los niños, para hacerlos bautizar: el número de bautismos asciende a veces a más de cien en un solo día; y también traen a los moribundos para que el padre les administre los últimos sacramentos. Ahora no faltará quien diga que algunos sampedranos deben morir sin los auxilios de nuestra santa religión, cuando les toca la muerte en otra época que la de la fiesta titular: que algunos niños mueren también sin recibir el sacramento del bautismo. Nada más cierto: Se suelen encontrar en Cobán y en otros pueblos de la Verapaz, huérfanos de ambos sexos que han sido recogidos en las montañas, y que no tienen la más mínima idea de religión. La disminución de un pueblo de más de veinte mil almas, Y su dispersión en las montañas, es sin duda un mal grave, que debiera remediarse por medio de la radicación, de la persuasión, de la instrucción pública, del establecimiento de un hospital, y de un asilo para los huérfanos y los impedidos. De esta diseminación resulta evidentemente el relajamiento de las buenas costumbres, la falta total de instrucción en los niños, y esa timidez casi salvaje que se nota entre muchos indígenas, pues en los caminos reales se ve frecuentemente a las mujeres huir de la vista de un pasajero, esconder sus niños y ocultarse en el monte hasta que ha desaparecido el español. Estos pormenores tienen su significación, y por eso lo referimos aquí sin exagerar nada, y con el verdadero pesar que nos causan.

Los trabajos públicos emprendidos en una grande escala, de algunos años acá, en los pueblos de la Verapaz, han ahuyentado a muchos indígenas, porque no se les da salario ninguno. De ahí resulta que cuesta trabajo conseguir peones para el servicio de las fincas, que muchas veces los mozos pagados anticipadamente, según la costumbre, por los empresarios de cafetales, están ocupados por la municipalidad del lugar, que no concede a las empresas toda la importancia que tienen, y no prevé que el futuro engrandecimiento de estos pueblos está fundado en la protección que ahora dé a las empresas. Es pues, necesario que el Supremo Gobierno, trate de hacer cesar dichos inconvenientes, nombrando ad hoc un juez de agricultura, encargado de sistemar el trabajo de los mozos, conciliando a la vez los intereses del pueblo y los de los agricultores, que gastan cuantiosas sumas para dar al país un importantísimo ramo de exportación. Muchos son hoy día los empresarios que, halagados por el número de brazos, la feracidad del suelo, la proximidad de la Alta Verapaz a los puertos del Atlántico, y por el decidido empeño del Supremo Gobierno en fomentar el cultivo del café, expresan los mismos deseos. Sin embargo, de que los cafetales de Cobán están todavía en su principio, fácil es ver el cambio que ha experimentado este lugar en el corto espacio de tres años, y comprender cuál es su porvenir, si el cultivo del café recibe la protección que tan justamente merece.

Uno de los medios que debe contribuir con el tiempo a impedir la emigración de los indígenas a las montañas, consistirá en el cultivo del trigo: que se da en las partes frías próximas a los pueblos. Este último dará a los terrenos un valor más grande, proporcionará a los cultivadores un fruto de venta segura y lucrativa, y mejorando la alimentación de estos pueblos introducirá poco a poco el bienestar entre ellos. Al lado del trigo, se podrán cultivar las papas, que se dan durante _todo el_ año en la Alta Verapaz, y suministran un alimento más sano y más nutritivo que el maíz y el plátano. El cacahuete, manilla o cacao de la tierra, es otro cultivo importante, del cual pocas personas se forman una idea exacta. El cacahuete necesita muy pocos trabajos y produce _más que cualquiera otra clase de planta; las matas secas arrancadas en tiempo de la cosecha forman el mejor pasto que se pueda dar a los ganados: la almendra subterránea que se saca del suelo como las papas es un verdadero frijol aceitoso. Es decir, un alimento de primer orden: da un 40% de un aceite exquisito, tanto para comer como para quemar, hacer jabón, etc., aceite que no se enrancia como los demás y mejora de calidad con el tiempo. El residuo de la preparación, harto fácil, de este aceite, es el mejor alimento que se pueda dar a los cerdos y a las aves domésticas, no habiendo comparación ninguna entre sus cualidades nutritivas y las del maíz. En fin, el cacahuete da su cosecha a los seis meses, crece en los terrenos más arenosos, en tierra caliente, templada y fría. En Cobán esta planta prospera de un modo extraordinario.

En lugar de un cafetal de comunidad, como el que existe en Cobán, nosotros quisiéramos mejor una especie de escuela municipal de agricultura: quisiéramos que en un terreno adecuado, la municipalidad enseñara a los indígenas el cultivo del trigo, de las papas, de la manilla, del lino, de las abejas, y que distribuyera al fin del año a los más inteligentes, semillas para su reproducción, premiando cada año en una sesión solemne, los esfuerzos de los colonos, y distribuyendo también recompensas a los servidores constantes y probos que se le designasen en todas las fincas. No dudamos que los empresarios de cafetales contribuirían con gusto a los gastos que demandase semejante institución.

 

Hortalizas en fincas Alemanas.
1890-1915 aprox

 

Por medios análogos se ha mejorado de un modo incontestable la situación moral y física de algunos pueblos de Francia, los cuales, no vacilamos en decirlo, eran tan atrasados como los de la Verapaz, y mucho más miserables. Napoleón III, el genio del siglo, el Emperador demócrata, ha realizado ya semejantes proyectos, reputados poco antes de él como sueños, utopías, ideas comunistas. Así es que la memoria de este gran bienhechor de la humanidad, de este verdadero filántropo, vivirá eternamente grabada en el corazón de los pueblos de la Sologne y de los Landes.

No tenemos la pretensión de haber emitido ideas nuevas, ni pensamientos propios, pues quedamos persuadidos de que más de un guatemalteco amante de su país abriga los mismos deseos; más, cuál fuera nuestro júbilo, si las imperfectas líneas que preceden merecieran la aprobación de nuestros lectores, si determinaran al Supremo Gobierno a dar nuevas pruebas de su paternal solicitud a tantos pueblos dignos de mejor suerte: en fin, si todos quedasen convencidos de que la Verapaz es verdaderamente, sin ninguna exageración de estilo, comparable en su conjunto a la isla de Santo Domingo: que puede producir más que toda la República de Costa Rica; y que el desarrollo de su riqueza, íntimamente ligado al de todo el Estado, se puede obtener sin sacudimientos, sin perturbación del orden público, de la paz, ni de las instituciones religiosas. ¡Oh!, entonces diremos a todas estas familias de los barrios de la capital, que llevan una vida de privaciones, disimulada bajo una aparente decencia, a tantos hombres que con ímprobo trabajo sostienen a una numerosa familia.

“Venid a la Verapaz, sed colonos activos, laboriosos, sobrios, y dentro de pocos años, más afortunados que los colonos de Boca Nueva y de Santo Tomás; podréis entonar un himno a la Verapaz”.

Cobán, mayo de 1861.

Julio Rossignon

 

 

 

[1] El señor corregidor del departamento dice que en el pueblo de San Cristóbal (cinco leguas de Tactic y seis de Cobán), la municipalidad está en vísperas de construir un molino de trigo.

 

Referencia:

Memoria dedicada al consulado de comercio de Guatemala. Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala Tomo XXXII, 1959

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