Te escribí hace ocho días desde aquí y ahora te quiero contar lo que he hecho por aquí hasta entonces. El clima y las respectivas condiciones para el café en Senahú son excelentes y me gustan. La única dificultad es que ya todo ha sido tomado y ya no hay ningún baldío.[1]
El domingo cabalgué a la finca Seamay del norteamericano G. Reed & Sons, que está a media hora de distancia. Me acompañaron algunas personas de Senahú. Esta finca está ubicada en el mismo valle de Senahú, el suelo está elevado en forma ondulada y los Reed sólo han cultivado café en los valles, mientras que bien habrían podido cultivar todo. George Reed y yo caminamos a las doce del día por el cafetal para gran disgusto de la gente de Senahú, a la que no le gusta la caminata bajo el sol del mediodía. A las cuatro almorzamos y más tarde hicimos una cabalgata a un punto alto, a unos 20 minutos de distancia, desde donde se puede ver el Lago de lzabal y las cordilleras que se extienden a ambos lados.
La vista panorámica es muy bonita. Esto no lo he visto nunca antes en ninguna parte y probablemente no lo veré otra vez. Este punto está a unos 3,800 pies de altura. El Lago de Izabal está talvez a unos 25 pies de altura y todo el valle del Polochic, si mucho, a unos 100 pies.
Finca Seamay 1890-1900 aprox Colección 13 Aguas
La noche era cálida, una brisa suave de mar me abanicaba la cara y la vegetación no podía ser más exuberante. Ante mí un cuadro que me dejó estupefacto y llenó de asombro por la fuerza de su grandeza. Le lleva a uno varios minutos hasta que se encuentran palabras. Uno voltea lentamente la vista de un punto a otro; de montaña a montaña, de valle a valle; si es que se encuentra un punto de partida de lugares que uno ha visto antes desde otro lado. Allí estaba Panzós, allí La Tinta y allí debe estar Tucurú. Lejos en el horizonte brilla el Lago de Izabal, tan grande como el Lago de Ginebra. Del Lago de Izabal hacia arriba se extiende un inmenso valle bajo, que todavía es medio lodoso y donde vive poca gente. Allí hay tigres del país[2], gatos de monte, pizotes, micos y toda clase de animales en cantidades.
Las altas cordilleras a ambos lados, pero sobre todo la Sierra de las Minas, del otro lado, están claramente cortadas. Sus montañas, de unos 7,000 pies de altura, aún no son conocidas para el europeo; allí viven probablemente sólo pocos indígenas, pero talvez muchos, todavía salvajes, sin haber sido dañados por la civilización y sus lastres, aguardiente etc . La fantasía tiene aquí rienda suelta.
Si uno puede tener fantasía en Europa, si a uno lo entusiasman los discursos de un gran hombre o el canto de Patti, tanto más para mí cuando se tiene una vista como esta ante sí. Así debe haber sido aquí cuando llegaron los españoles, exactamente igual, y así se verá todavía cuando nos hayamos convertido ya largamente en polvo.
El lunes visité la nueva finca de Champney, Sepacuité, sin embargo, el día transcurrió sin novedad. Llegué cansado de noche a Senahú. El martes hice una cabalgata a Seamay para ver una cueva que se encuentra allí. Sobre esto quiero darte una descripción más detallada. La piedra es esquisto calcárea, una piedra fácilmente soluble. La entrada mostraba una gran profundidad, a la que llevan unas 80 gradas; éstas fueron construidas, en parte, y cortadas, en parte, de roca lisa por una generación que vivió hace muchos siglos. La época en que sucedió esto debe haber sido hace mucho tiempo, tal vez alrededor del año O (nacimiento de Cristo), pues las gradas se habían vuelto casi totalmente indefinidas por las estalagmitas. En el interior colocaron construcciones inmensas de piedra como resguardo de derrumbe de escombros.
Estos trabajos deben haber costado enormes esfuerzos. En las gradas hacia abajo se abren muchos pasillos, por los que me condujo el experto Mr. Reed. Con sus mozos, que iban adelante con ocote y linternas, llegamos a la entrada de la tumba. Allí había mucho destruido. Lamentablemente, los ladinos destruyeron y removieron todo con la esperanza de encontrar oro. Esta es una gran equivocación, pues en Guatemala no se encuentra oro, tal vez plata, pero sólo desde la época de los españoles. Se podía ver claramente en qué lugares habían amontonado los indígenas piedras labradas para protegerse de los peligros y para atrancar la entrada de sus casas.
Alguna Cueva de las Verapaces 1890-1910 aprox Colección Maurice de Périgny
También había allí un fogón, en el que todavía se encontraban mazorcas que habían servido como ofrendas. Luego entramos por un pasillo estrecho a una tumba, en la que enterraron en épocas pasadas a sus antepasados, posiblemente envueltos en un lienzo. Las joyas de entonces eran pulseras de caracol de mar, que se parece a nuestras ostras; encontré, además, un colmillo de tigre, que sirvió de adorno; de esto se infiere cuánto tiempo hace que servían estas cuevas de albergue para los hombres, pues en la época previa a los españoles los indígenas usaban perlas de piedra como joyas. En aquel entonces sólo se usaban cosas muy sencillas, como conchas, dientes de animales, pieles de culebra etc. Los huesos estaban casi todos podridos y tenían una figura anormal.
Además, encontré unos fragmentos de utensilios de barro, adornados con algunos garabatos, cuadrados etc. No encontré jeroglíficos. Después de buscar por una hora, que fue de poco éxito, visitamos la tumba principal, donde encontré una araña muy extraña, tan grande como esta hoja y, en vez de ojos, tenía patas tan largas como un pie, que parecían tener bastante desarrollado el tacto.
La cueva se abría cada vez más ampliamente y se volvió tan alta que con nuestra luz no se podía ver la altura. El eco era extraordinario. El sonido se repartía como en una iglesia bien construida. De las paredes caían enormes tarugos de piedra que sonaban como un órgano cuando se les golpeaba. El suelo estaba como cuando los corales han erigido sus construcciones sobre él. El camino era difícil y había que poner atención al caminar.
Como la cueva no parecía tener fin, me quedé sentado y permití que Mr. Reed se adelantara; fue entonces cuando pude ver lo maravilloso de la cueva. las partes hasta ahora llenas de oscuridad se veían iluminadas desde la lejanía. Esto se veía más bonito que cuando la cueva estaba iluminaba con las luces de cerca. La grandeza emergía claramente al estar uno alejado de la luz. Iniciamos el camino de regreso bastante cansados. Así terminó ese día.
Finca Sepacuite 1920 aprox Colección Champney
Te quiero pedir y sólo te puedo recomendar muy encarecidamente, que compres el siguiente libro para que eches una pequeña mirada sobre Guatemala. El libro lo puedes pedir en Hamburgo. Si no lo llegaras a conseguir, August Helmrich te lo puede comprar en Nueva York en su viaje de regreso y enviártelo por correo: Guatemala. The land of the Quetzal. A Sketch by Wm. T. Brigham A. M., New York, published by Charles Scribner’s Sons 1887. Este libro te va a interesar mucho, tiene muchas ilustraciones. Cuesta entre 15 y 20 marcos.
August Helmrich dejó Panzós el 30 y llegará casi al mismo tiempo que ésta carta. Era demasiado tarde para pedirle que te comprara el libro arriba mencionado en Nueva York. Por hoy suficiente.
[1] Terreno perteneciente al Estado. que se puede denunciar y comprar en pública subasta
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