En vista de las grandes fluctuaciones a las que estaban sujetos los precios del principal producto del país, el café, que en mayo de un año estaba en 8 y 8.50 dólares, mientras que al año siguiente sólo 5 hasta 5.50 dólares por quintal de café en pergamino (los pequeños rubros hule, zarzaparrilla, cueros y pieles de venado, que se exportaban al mismo tiempo, no eran dignos de mención frente a los valores de las importaciones), se prestó atención a la producción de otros artículos de exportación, desde luego en forma más intensiva, y llevó a numerosos experimentos.
Nuestra atención se dirigió tempranamente a la posibilidad de cultivar el árbol de quina o chinchona. Esto le pareció tan oportuno al Ministro de cultura, mi benefactor Don Manuel Herrera, que ofreció un premio para el primero que cultivara 2,000 árboles. Después de algunas dificultades, logramos obtener de la Princesa heredera Victoria de Prusia, por mediación del Príncipe Nicolás de Nassau, ex-alumno del Director Thomae, semillas fecundas de Chinchona succirubray Chinchona calisaya de Ceilán. Sembramos esas semillas a principios de 1878 y se desarrollaron tan bien, que en 1880 pudimos enviar plantitas vigorosas de ambas especies a la exposición que se celebró ese año en Guatemala. La Chinchona succirubra se cultivó entre los cafetales en el sitio Sajut, ubicado en el perímetro poniente de la ciudad, y al igual, de la Chinchona calisaya se colocaron unos mil arbolitos en Sachamach; ambas especies, sobre todo la primera, se desarrollaron excelentemente.
A principios de 1882 hicimos valer nuestro derecho al premio de 1,500 dólares, que se nos entregó correctamente el 23 de junio de 1882. Al año siguiente se hicieron pruebas de la corteza de los árboles desarrollados más fuertemente (el Doctor Stöll ya encontró ejemplares de 12 pies de altura).
Tales pruebas se enviaron a Nueva York, donde por medio de un análisis se encontró que tenían un alto contenido de quinina. Sin embargo, nuestras expectativas de obtener una ganancia lucrativa con este cultivo de exportación no se realizaron, experiencia que hicieron también otros empresarios quienes después de nosotros sembraron en gran escala varios centenares de arbolitos en la Costa Cuca, en Xolhuitz y otros lugares. Por un lado, el descortezar los árboles ocasionaba grandes gastos y, por el otro, el precio del mercado de la quinina bajó enormemente; por lo que dejamos de cultivar más, ya que sólo los farmacéuticos de la capital estaban dispuestos a pagar un precio ventajoso por la corteza, pero para suplir esa demanda bastaba con la cosecha de un solo árbol para abastecer a todos durante varios años.
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