Mientras tanto, habíamos aprovechado la época lluviosa para cultivar las tierras adquiridas en tanto podíamos obtener en plaza las plantillas y sembrar los almácigos para el año siguiente.
Al inicio de la temporada de corte de café de ese año reconocimos pronto la insuficiencia de la maquinaria para el beneficio existente en Pancorral y consideramos necesario adquirir un sustituto satisfactorio. Para ganar experiencia sobre esto a vista ocular, extendí mí ya mencionado viaje a Chiantla hasta la Costa Grande, donde conocí, en varias de las fincas cafetaleras más importantes, los diferentes sistemas de maquinaria en acción.
De éstos me gustó el sistema inventado y utilizado por Don José Guardiola en la finca Chocolá, que producía 8,000 quintales. Consistía de una combinación de morteros, en los que subían y bajaban trituradores (como en un bocarte), que liberaban el café de la cáscara de pergamino.
Luego planeamos la instalación de un beneficio similar, cuya fuerza de agua necesaria la sacamos de un riachuelo que alimentaba la laguna de San Cristóbal y la condujimos a Pantocán. La medición de esto fue hecha por Hermann Au, natural de Baden, antiguo revolucionario de 1848, ahora agrimensor estatal bien situado. La casualidad quiso que después de haber medido un terreno de indígenas en San Pedro Carchá, llegó a recuperarse a nuestra casa de las fatigas que había sufrido, y en sus ratos de descanso se dedicó a este pequeño trabajo. Au era un hombre muy sociable, un compañero alegre que había vivido mucho y realizado varias cosas. Su mayor y más sagrada propiedad era un chaleco de color rojo subido que se ponía, por decirlo así, como profesión de fe en todas las celebraciones, hasta que después de 1871 se volvió imperial. Tenía una buena hoja de servicios, pero no llegó a nada, finalmente terminó en Retalhuleu en los años 90, donde una Wittib lo ató al yugo matrimonial.
Luego incorporamos a Henry Shaw, un joven ingeniero estadounidense quien se hizo cargo de la instalación de la maquinaria, comenzando con la selección del molino y la preparación de las maderas de construcción para una rueda hidráulica de admisión superior, cuyo eje de hierro pedimos a Inglaterra y logramos subir después de vencer indecibles dificultades de transporte. Sin embargo, no se pudo instalar, pues en el transcurso de 1870 cambiaron tremendamente las condiciones locales.
Las constantes y crecientes demandas de trabajo a la población indígena – en la agricultura para el funcionamiento de las fincas, la exportación de café y la construcción de caminos por parte del gobierno-, generaron lentamente un creciente descontento entre dicha población, que se hacía sentir cada vez más en todas las empresas. A esto se agrega una revolución que había estallado el año anterior en Los Altos, que causó un amplio desasosiego con efectos negativos para todos los propietarios de negocios. Esto se manifestó muy especialmente en el amigo Richardson, quien al principio se mostró disgustado con la situación, luego perdió el ánimo y la confianza en sí mismo y el interés por el trabajo, que trató de rehuir de cualquier manera para provocar una ruptura.
Durante largo tiempo vaciló entre su sentimiento de lealtad a sus socios y el amor a su Micaela y sus hijos; finalmente decidió separarse de nosotros. Las negociaciones sobre su separación de la empresa empezaron en julio de 1870, una época en la que era imposible indemnizarlo sin vender nuestra propiedad; pero Richardson presionó para que se hiciera y apresuró para que se disolviera la empresa; nuestra finca, con todo lo que tenía, pasó entonces a fines de 1871 a un comprador nacional por mediación de la casa Hockmeyer & Rittscher. Richardson había abandonado Guatemala ya a principios de año, al llegar a su país se casó y encontró después una posición en una mina de cobre en Puerto Cabello, donde falleció pocos años después, víctima de la fiebre amarilla. Schubart, que sólo había sido socio industrial, se retiró al mismo tiempo que Richardson; buscó trabajo primero como buscador de oro en los ríos de las montañas fronterizas con Honduras, donde tuvo algún pequeño éxito por aquí y por allá, pero con el tiempo tuvo cada vez más fracasos; después encontró una posición subalterna en la capital, donde terminó su vida en el año 1874, al limpiar su rifle y soltarse por descuido una perdigonada que le dio en el corazón.
Durante 1871 me esforcé por continuar yo solo la empresa y me limité únicamente al negocio en San Cristóbal, donde además de la finca instalé todavía una fábrica de sacos de café de fibra de maguey, que, sin embargo, decayó después que me fui. Varias veces al mes me dediqué tres a cuatro días a la construcción del camino a Panzós, que avanzó enérgicamente con el apoyo de Manuel Guzmán, de Tactic, y Peter Günther, a quienes empleé como capataces, y del gobierno, a través del Ingeniero Salvador Lobos, que me fue asignado.
Mi tiempo libre lo llené con estudios zoológicos, motivado por mi inclinación y la extraordinaria riqueza de la fauna del lugar; estos estudios fueron fomentados por el Profesor Kaup, director del Gabinete Natural del Gran Duque de Dannstadt, mi antiguo maestro, que estaba escribiendo una monografía sobre los pasálidos y me confió tareas especiales, que felizmente estuve en condiciones de resolver. En ese entonces logré alcanzar notables éxitos en varios campos y, más adelante, pude hacer valer mis colecciones, a veces con ventaja, en mi patria, Suiza, Inglaterra y Estados Unidos. Después que vendí Pantocán disolví la empresa y acepté una oferta de los señores Hockmeyer & Rittscher, con lo cual abandoné la Verapaz.
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