Karl Sapper; De una pequeña ciudad de Centro América.
Parte I
Cobán 6 de abril de 1890
Después de una larga estancia de contemplativa soledad había regresado a Cobán para pasar Pascua, siendo por un tiempo huésped en Chimax, la cercana propiedad de mi hermano. Casi me sentí de nuevo en la patria al oír el idioma alemán, tener relación agradable y de confianza con los alemanes que viven en la casa y por la forma y el modo de vida europeo. Realmente fácilmente hubiéramos podido olvidar que un océano nos separaba de Alemania, si algunas particularidades de la vida, especialmente el clima y la población indígena, no nos hubieran recordado que estábamos en el extranjero.
El mobiliario de la casa de Chimax es totalmente europeo y sólo en algunos puntos sin importancia se diferencia de una casa alemana. Pero aun así, no me gustaría que un ama de casa alemana mirara el interior de los cuartos porque pudiera sentirse profundamente ofendida en su sentido del orden: predomina el régimen doméstico de un soltero, en el más estricto significado de la palabra.
Falta la mano cuidadosa de una mujer, que colocara de regreso en su lugar las cosas dispersas que se encuentran en todos lados, y que penetrara incluso con su mirada en el misterio de la oficina, para poner orden. Únicamente el personal doméstico suele aquí, más o menos, regular el desorden, pero a su modo, por cierto; esto quiere decir, no poniendo correctamente todo en su lugar, como lo quiere el europeo pedante y escrupuloso, sino de una manera mucho más fácil y genial: disminuyendo los objetos, por lo que se hace naturalmente más fácil mantener el orden en los cuartos y closets.
Que de esta manera ellos aumentan sus bienes naturalmente no entra aquí en consideración, y sería tan equivocado reprocharles a los empleados domésticos estos detalles puramente casuales en su sistema de orden, como que se les regañara por el enorme consumo de alimentos en la cocina. Pues aunque yo no sepa explicar cómo ocurre increíble consumo en una forma natural, soy suficientemente optimista como para suponer que la cocinera seguía en su actuación únicamente por la buena intención de ofrecer siempre a sus patrones comidas y bebidas frescas, y, de esta manera, especialmente buenas. Es extraño que éstos nunca reconozcan adecuadamente esta buena voluntad.
Pareciera que nunca quisieran tener orden en la casa, pues cuanto más esfuerzan todos los empleados domésticos en acercarse al fin último de su filosofía-el orden “absoluto”-menos éxito tienen, debido a que sus patrones vuelven a comprar con incansable paciencia los mismos objetos, contrariando así de nuevo la actividad de sus subordinados. Esto se nota muy bien, porque especialmente desaparecen con bastante regularidad los nuevos objetos adquiridos, mientras los más viejos, en primer lugar los dañados, suelen permanecer fielmente con su dueño. Debido a esta silenciosa lucha recién mencionada, que existe entre patrón y sirvientes con suerte variable, hasta hoy no se encuentra realmente un orden en la casa.
Y puedo invitar al lector a entrar conmigo unos minutos a la “Sala”, para convencerse de que en realidad el amueblado es europeo.
Como los habitantes de Chimax no están de acuerdo si la palabra española “sala” corresponde a la palabra alemana “Saal”, o a la palabra franco-alemana “Salón”, deseo mencionar que este cuarto hace el papel de lugar de recepción a visitas, pero en casos de fiesta se sube a una cantina. El cuarto está alfombrado; encima de la mesa redonda, frente a la entrada principal, se encuentran unos libros, alrededor de la mesa hay unas sillas de mimbre, más o menos simétricas, y sillas mecedoras; en las paredes vemos unos armarios con libros de la biblioteca de la casa y con antigüedades indígenas; también vemos, además de muchos floreros que siempre se mantienen vacíos, una lámpara inglesa que tiene la especial característica de quemar mucho petróleo, sin lograr dar suficiente claridad.
Fotos, bonitos cuadros de oleografía y un gran espejo adornan las paredes. En una esquina se encuentra un piano cubierto de cuadernos de música. También mi violín tuvo allí por mucho tiempo su lugar, hasta que lo castigué con el exilio a Alemania. Durante el viaje a través del Océano Atlántico todavía me dio muchos ratos agradables, pero apenas llegado aquí, se reveló como muy mala criatura. Por pura malicia despegó su mástil del cuerpo y apenas reparado el daño, se abrió la media caja de resonancia.
Con mi paciencia también hice arreglar esto, pero al cabo de poco tiempo se declaró en huelga una clavija, la cual no se dejaba mover, prefiriendo quebrarse antes de ceder en su obstinación. Enojado dejé el instrumento a un lado, y cuando miré unas semanas después, ya había perdido su mango de nuevo. La gente dijo que la humedad tenía la culpa, pero yo sé y estoy convencido, que después de lo ocurrido con los criados, cualquiera tiene que aceptar mi veredicto. También el piano era antes un mal compañero.
Muchas teclas tenían el capricho de no dar ni un sonido cuando se les tocaba, salvo que se les hubiera asoleado. Resulta que para tocarlo primero había que sacarlo al sol, y cuando hacía mal tiempo, no se podía tocar. También en este caso la gente decía que el clima húmedo era el culpable, pero no tenían razón ya que se ve por la inscripción en letras grandes en el instrumento que está construido para todos los climas. El trabajo unido de dos fabricantes de pianos hizo finalmente entrar en la razón a instrumento; el futuro nos dirá por cuánto tiempo.
Si abandonamos el cuarto llegarnos a un corredor que pasa por toda la parte interior de la casa, parecido a las Arcadas de Múnich, pero no adornado con frescos de Rottman y dísticos reales, sino que con apilados costales de café y unos termómetros. El espacio entre ambas partes de la casa que se juntan en forma rectangular, lo ocupa un jardín encuadrado de escaramujos. Este casi no está cuidado, pero todo el año crecen flores gracias a la buena madre naturaleza, y más no se le exige.
El huerto del otro lado de la casa está algo abandonado, aunque crece muy bien en cada estación casi todas las plantas anuales que se pueda encontrar en un huerto alemán. Como la cocinera no sabe preparar estas verduras, hay, por cierto, poco estímulo y razón para cultivarlas y cuidarlas, salvo aquellas clases que no exigen mayor preparación, como los rábanos blancos. Casi todas las variedades de frutas que crecen en Alemania nos hacen falta aquí, pero en su lugar hay numerosa clases de frutas tropicales y subtropicales, con cuyos nombres y característica no quiero ocuparme aquí.
Atrás de la casa está el “Patio”, una granero de ladrillo paneja amurallada, donde se seca el descascarado café bajo el sol. Enfrente de la vivienda está la casa de máquinas donde se trabaja el café. ¡Como giran las ruedas, cómo corren las correas de transmisión, cómo trabaja la máquina de vapor todo el Santo día! Y qué trajín domina la calle con grupos de muchos o pocos indígenas cargan jadeantemente los pesados costales de café. A menudo vienen de otras plantaciones de café lejanas y en largas colas esperan las yuntas de bueyes de dos ruedas para llevar el café ya procesado hacia el puerto fluvial de Panzós. Pero hoy todo está tranquilo y silencioso, pues, ¡es día de Pascua!
Alrededor de las casas observamos cafetales con su agradable verde intenso, y vemos incontables platanares sembrados en medio de los cafetos para darles sombra. Si deseamos ir a la cercana ciudad, nuestro camino pasa nuevamente por entre los cafetales.
¡Café y siempre café en la naturaleza, y en nuestra diaria conversación, en el comercio y todas las casas!
Si deseara una vez la ciudad de Cobán elegir un escudo de armas escogería sin duda un cafeto como su símbolo.
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